Xanthorrhoea: supera los 900 años y no tiene miedo del fuego

Esta planta de Australia supera los 900 años y no tiene miedo del fuego, al revés se beneficia de los incendios. Se utiliza para la fabricación de pólvora y barnices. Analizando, a distintas alturas sobre el nivel del suelo, las colillas de las hojas se puede determinar la evolución de la contaminación y la radiactividad del aire.

 

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Texto © Giuseppe Mazza

 

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Traducción en español de Silvia Navarro

 

Una planta que ha hecho un pacto con el diablo: si existe, sin ninguna duda es el Blackboy.

Supera los 900 años, no tiene miedo del fuego, y vive sobre las desgracias ajenas.

Cuando se abre, después de un incendio, rodeada de desolación y de muerte, su semilla de color negro-caoba tiene muy poca competencia alrededor . Echa fuera de lado un pequeño tallo verde, que enseguida se dirige hacia abajo, y sólo unos pocos días más tarde, desde el codo que desciende al inframundo, brota una pequeña espada destinada a transformarse con el tiempo en un manojo de hojas en forma de hilos, flotantes al nivel del suelo.

Bajo mientras tanto se ha desarrollado una extraña raíz, que los botánicos llaman «contráctil».

Periódicamente se encoge y hace bajar el tallo, de manera que esto durante los primeros años, crece siempre hundido, lejo de cualquier incendio.

Cuando por fin emerge, después de algunas décadas, la planta se ha creado una elegante copa hemisférica, y las hojas viejas, secas, se doblan hacia el tronco como la falda de una bailarina de hula.

Impregnados de esencias inflamables como cerillas, se queman en un instante y protegen con sus cenizas el tallo. Así, después del incendio, los Blackboy se encuentran entre los pocos sobrevivientes del bush australiano: siluetas negras aisladas con un penacho de hojas en la cabeza; jóvenes aborígenes, según lo dictado por el nombre inglés, perdidos al horizonte.

Prosaicamente los botánicos han acuñado para esta extraña planta el genero Xanthorrhoea, del griego «xanthòs» (amarillo) y «rheo»(flujo), con referencia a la resina de color amarillo que fluye de las heridas del tronco.

Fue utilizada por los indígenas como pegamento para consolidar las puntas de lanzas, y por los europeos con una tecnología más sofisticada, pero siempre para matar. De hecho contiene ácido Pirico, y en los años anteriores a la Primera Guerra Mundial, más de 200 toneladas de resina de Blackboy se exportaron a Alemania para la producción de pólvora.

Antes del descubrimiento de los colorantes sintéticos, se utilizaba, en carpintería, también en la preparación de los barnices al espíritu, amarillas o rojas, capazes de dar un toque de nobleza a la madera de menor valor.

Pero si a los colonos sirvió para hacer dinero, a menudo para los aborígenes, el Blackboy era la vida. Desde la parte inferior del tronco, firme y tierna, sacaban cuencos y objetos de madera, y frotándolos entre hojas secas, encendían el fuego con facilidad.

Según una leyenda antigua, este don precioso de los habitantes del cielo, vino a la tierra con un pájaro que lo había sacado de un volcán. Ardia en un “palito ardiente» confiado a un hombre, Kondole, para encender todas las noches la llama de las ceremonias sagradas, y él, queriendolo todo para sí mismo, lo escondió. Los espíritus lo castigaron por su avaricia, convirtiéndolo en una ballena, pero mientras tanto el fuego había desaparecido de la tierra: los hombres ya no podían cocinar, calentarse y defenderse de los malos espíritus de la noche.

Un compañero de Kondole, Tudrun, partió luego en búsqueda de la mágica varita. Vagó durante días hasta que, desanimado y cansado, fue alcanzado por un deslumbramiento y lo encontró en un Blackboy ardiente.

Así que el árbol se convirtió en sagrado. En el borde del gran desierto, donde la naturaleza es pobre de recursos, la «planta hierba» daba calor, madera, pegamento y herramientas, e incluso al final de su vida
fue pródiga de regalos.

Cuando uno de estos Matusalén está muriendo, se forma por dentro una misteriosa crema de color blanco comestible, que se puede extraer con un agujero y comer cruda o cocida.

En la victoria del Blackboy sobre el fuego y en sus gigantescas inflorescencias fálicas, altas hasta 5 m, los nativos vieron el triunfo de la vida sobre la muerte y el símbolo de la virilidad.

Tienen un diámetro de 4-5 cm, y crecen visiblemente, 70-10 cm por día. Una «performance» realmente increíble para unas especies xerofitas de tamaño pequeño, que todos los días tienen que hacer frente a la sequía y temperaturas muy elevadas.

Las flores de Xanthorrhoea, pequeñas y blancas, casi sésiles, dispuestas como las hojas en forma de espiral, por lo general aparecen en la primavera austral, entre agosto y noviembre. Primero brotan en el lado norte del «palo», y luego, de abajo hacia arriba, lo tapizan un poco a la vez con miles de » estrellas «: blancos estambres filiformes entre los brotes tiernos y verdes; señales de luz para seducir a los insectos y las aves con un néctar dulce y abundante.

La floración es independiente de los incendios, pero la evidencia sugiere que estos la favorezcan, anticipándola en unos 80 días.

En el famoso Jardín Botánico Kings Park en Perth, donde con el método de carbono radiactivo se hicieron estudios serios sobre la edad de Blackboy, el Dr. Paul Wycherley me explicó que reaccionan de una manera similar, incluso si se eliminan de las hojas o si se pulveriza de etileno el penacho central.

Parecería que al escuchar la ruina y la muerte a su alrededor, se apresurarían a reproducirse, seguros de obtener algún beneficio.

Una planta filogenéticamente muy cercana, la Kingia australis, se distingue del Blackboy por el tronco más delgado, que puede alcanzar 10 m de altura, y las inflorescencias en forma de maza, largas hasta 30 cm, puestas a corona alrededor del mechón. La floración, menos regular que en Xanthorrhoea, parece aún más relacionada con el fuego.

La misteriosa biología de estas especies aún no se ha estudiado, pero más allá del interés por la botánica o la estética, lo cierto es que con su lento crecimiento lo convierten en un valioso servicio al hombre moderno.

Las colillas quemadas de las hojas quedan, de hecho, engastados en el tronco para toda la vida de la planta, y puesto que esta crece regularmente de 5.10 mm por año, dependiendo de la especie, cortandolos en varias alturas y análizandolos se puede determinar con precisión el grado de contaminación y la radiactividad del aire del último milenio.

El Blackboy se convierte así en un «barómetro ecológico», y en los preciosos palillos de Kondole, nos otorga la esperanza de que los científicos leerán en algunos siglos, la historia de nuestra civilización.

 

SCIENCES ET NATURE + SCIENZA & VITA NUOVA  – 1991