Vienen de lejos. Difíciles y preciosas flores pluma. Originarias de Australia, las Verticordia también pueden ser cultivadas en nuestros climas. Flores nunca vistas con pétalos elegantemente desflecados similares a plumas.
Texto © Giuseppe Mazza
Traducción en español de Viviana Spedaletti
¿Recordáis el eucalipto? ¿la flor sin pétalos, con el complejo de ser feo, que solucionó su problema desarrollando los estambres y reuniéndolos en llamativas inflorescencias?
A la misma fantasiosa familia de las Myrtaceae, siempre en Australia, pertenecen las “flores pluma”, un grupo de plantas arbustivas del género Verticordia, que podrían tener fácilmente un futuro hortícola.
Su nombre está relacionado a Venus, diosa de la belleza y el amor, en un acercamiento de la etimología incierta, pero ampliamente justificado por la refinada elegancia de las flores.
A diferencia de los eucaliptos, las verticordias no han trabajado sobre los estambres, sino sobre los sépalos: aquel calicito, generalmente verde, que encierra los pétalos. Lo han pintado y, caso único en el mundo vegetal, desflecado elegantemente como pluma.
Alguna especie, aún insatisfecha, además ha entallado los pétalos, generalmente pequeños y poco llamativos y el resultado, como en los eucaliptos, es un contorno extraño, vaporoso e indescifrable, que atrae enseguida, mejor que cualquier color, la atención de los insectos.
Pero no por esto las flores pluma tienen tintes pálidos: verticordias como la Verticordia grandis y la Verticordia mitchelliana, confían su polen también a los pájaros, y junto al blanco, al rosa, al amarillo y al anaranjado, encontramos entonces unos rojos escarlata y unos carmesí intensos.
No faltan tampoco los “indecisos”, flores que cambian de color en el tiempo como las de la Verticordia grandiflora, irisadas del amarillo al rojo, o de la Verticordia monadelpha, que viran del rosa al malva “shocking”.
Y además, naturalmente, las verticordias no han olvidado la intuición de los eucaliptos y convencidas también ellas que la unión hace la fuerza, a menudo agrupan centenares de flores en espesos cogollos. Matitas bajas, a veces postradas, pero que en plantas como la Verticordia etheliana alcanzan hasta los 2 m de altura.
Sobre 54 especies de verticordia existentes, 52 son endémicas de la Western Australia. Para saber más de ellas me he dirigido al Dr. Paul Wycherley, director del Kings Park Botanic Garden, el famoso jardín botánico de Perth.
Aunque no han entrado todavía en el empleo corriente, me explica, algunas verticordias podrían volverse plantas de jardín.
Si la temperatura no baja de cero y el terreno es bien drenado, arenoso, expuesto al sol, a menudo se adaptan de manera sorprendente. Florecen por lo general en primavera o al principio del verano, pero muchas también alegran el otoño y el invierno con vivaces manchas de color y las Flores pluma escarlata (Verticordia grandis) puede florecer, imprevistamente, todos los meses del año.
¿Pero entonces, lo interrumpo, por qué son desconocidas en Europa?
Algunos crean algún problema, porque las hojas, las flores y sobre todo las raíces son fácil presa de los hongos, pero la falta de difusión de las verticordias está ligada sobre todo a su escasa localización en los viveros.
Las especies presentes en el mercado disminuyen rápidamente con la distancia: una decena acá, en la Western Australia, 2 o 3 en los demás estados australianos y en práctica ninguna en Europa. Los esquejes son difíciles que transportar, y las semillas escasas y poco fértiles. Aunque a menudo las verticordias se presentan como enormes ramos de flores, cada corola, si es fecundada, tiene en efecto una sola semilla, y muchas de ellas luego no germinan porque han sido recogidas demasiado pronto, o no han completado bien su desarrollo por enfermedades y malos factores climáticos.
¿Qué aconseja, pues?
Las verticordias crecen por lo general en terrenos pobres y arenosos con un pH comprendido entre 5,5 y 6. Van bien por lo tanto los compuestos con arena cuarzosa y turba, que acidifican ligeramente, pero hace falta sobre todo evitar la tentación de enriquecerlos con material orgánico mal decantado que puede contener hongos. Se siembran en otoño y las plantitas deben ser trasplantadas enseguida, a pocos días del nacimiento.
Si no brotan, en Australia abandonamos la maceta al sol y a las intemperies: el duro fruto que envuelve la semilla acaba así por partirse y éste a menudo brota el otoño siguiente.
La vía más rápida, naturalmente, siempre es la de los esquejes.
Quien dispone ya de una verticordia puede tomar ramitas no muy leñosas en otoño, después de la floración, y sumergirlas, en la base, en un polvo hormonal que estimule la radicación.
Se colocan a la sombra, en un compuesto arenoso bien esterilizado, cubierto por un plástico para retener la humedad y el calor. Abundantes pulverizaciones, cada dos días, evitarán la sequedad y de vez en cuando será correcto agregar al agua un producto fungicida.
Cuando las raíces hayan aparecido (luego de 4-5 semanas, pero en ciertos casos también después de meses) se abrirá progresivamente la cobertura de plástico, dando un mayor ventilación.
Luego, gradualmente, será necesario acostumbrar las plantas al sol.
Para su plantado definitivo, en jardín, habrá que esperar al otoño siguiente, cuando las macetas estén llenas de raíces y los días menos cálidos.
En el primer año deberán ser regadas una vez a la semana; en el segundo una vez al mes.
Las verticordias son especies xerófitas: temen más a la humedad y a un terreno mal drenado que a prolongadas sequías. El clima mediterráneo, con breves lluvias otoñales y primaveriles y largos veranos cálidos y secos, debería andar bien.
¿Cuáles especies aconseja?
La primera para probar es la Verticordia chrysantha que tolera mejor que otras la humedad.
Sus semillas germinan en casi 3 semanas y los esquejes arraigan en algo más de un mes. A pleno sol forma unas espesas matas, de 30-50 cm de alto, completamente cubiertas, en primavera, de florcitas amarillas.
También la Verticordia grandis crece bien en los jardines, pero requiere más cuidados y debe ser podada regularmente para un porte agraciado (en el hábitat natural tiende a crear a menudo algunos hilos alcanzando hasta 3 m de altura) y estimularle la floración que comprende sólo las nuevas ramas.
La Verticordia plumosa también acepta la media sombra pero no soporta la humedad y ésta es decididamente mortal para especies como la Verticordia monadelpha.
Naturalmente cada clima es un caso particular, pero creo que en Italia, a lo largo de las costas, muchas de estas plantas podrían ambientarse bien. Conviene en todo caso intentar y estoy seguro que el amor y la intuición de los apasionados valgan más que mil consejos.
GARDENIA – 1988
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