Tomates, patatas & Company. Además de estas bien conocidas especies alimenticias la familia de los Solanáceas comprende muchas plantas de gran valor medicinal y ornamental. 3000 especies esparcidas en todo el mundo.
Texto © Giuseppe Mazza
Traducción en español de Viviana Spedaletti
Se habla de Solanáceas y rápidamente viene a la mente el descubrimiento de América, con el Tomate (Lycopersicon lycopersicum) y la Patata (Solanum tuberosum), dos pilares de la moderna alimentación humana.
A éstos se suma el Tabaco (Nicotiana tabacum), la “droga” por excelencia de las sociedades industriales: ¡4 millones de toneladas de hojas al año, por 3000 mil millones de cigarrillos (¡800 de promedio por habitante!) y 25 mil millones de puros.
Un comercio vergonzosamente tolerado por las autoridades, dados los efectos cancerígenos y los daños de la nicotina, que acelera el ritmo cardíaco contrayendo peligrosamente, al mismo tiempo, los vasos sanguíneos.
Pero bien pocos saben que también el Pimiento (Capsicum annuum) y la Berenjena (Solanum melongena), se honran de pertenecer a la misma familia, y que las Solanaceae, ya en auge en el Eoceno, ostentan 90 géneros y 3000 especies, difundidas en los trópicos y en las regiones templadas de todo el mundo.
Plantas comestibles, medicinales y ornamentales. Especies por lo general herbáceas, pero también arbustivas y arbolitos, unidas por una flor bisexual que, con alguna transgresión, parece fiel a una estructura rigurosamente pentámera.
5 sépalos (raramente 3 o 10) fundidos en parte en la base, casi siempre persistentes, y a veces enormes, para englobar y proteger el fruto (por ej. Physalis y Nicandra); 5 pétalos (raramente de 6 a 10) más o menos fundidos para formar una corola plana (por ej. Solanum y Lycopersicon), como timbre (por ej. Atropa y Mandragora), en forma de embudo (por ej. Cestrum, Datura y Nicotiana), o hasta bilabiada (por ej. Schizanthus); y 5 estambres (raramente de 4 a 8), con anteras a menudo en estrecho contacto, pero no fundidas, y un estilo con ovario súpero en dos carpelos.
El fruto puede ser una baya (por ej. Solanum, Atropa o Capsicum), o una cápsula (por ej. Datura y Hyoscyamus), y con mucha variabilidad, hay que preguntarse cómo hacen los botánicos para reconocer a los miembros “marginales” de la familia, que si de un lado está próxima a las Scrophulariaceae, también presenta alguna relación con las Nolanaceae, las Convolvulaceae, las Boraginaceae y las Gesneriaceae.
El veredicto, ante la duda, es confiado al microscopio, porque además de tener el ovario oblicuo, girado con respecto a los pétalos, las Solanaceae siempre muestran vasos cribo-vasculares bi-colaterales y células ricas en cristales de oxalato de calcio.
Sobre el plano químico, además, casi todos los miembros de la familia son maestros en el arte de fabricar venenos: complejos cócteles de alcaloides, no raramente de efecto contrastante, en los cuales dominan, según la especie, la atropina o la escopolamina.
Cuando la primera es preponderante, el fruto, las semillas, las hojas o las raíces tienen efecto sedativo; y cuando en cambio, como a menudo ocurre, prevalece la segunda, provocan agitación, delirio onírico, insensibilidad al dolor y también locura sin regreso.
Es el caso de la Belladona (Atropa belladona), la planta más venenosa de nuestra flora espontánea.
El nombre vulgar y de la especie derivan del hecho que desde la época romana, las bellas italianas la usaban como “sombra” sobre los párpados, para dilatar las pupilas y tener la mirada maravillada, vagamente ingenua, un poco flou y perfectamente inexpresiva que aparece a menudo sobre las páginas de las revistas de moda.
El género, recuerda en cambio con crudeza la Parca Atropo, que en la mitología griega cortaba, no al azar, el hilo de la vida. Bastan en efecto pocas bayas para matar a un hombre, después de horrorosas alucinaciones.
Análogos, aunque menores, son los efectos del Giusquiamo (Hyoscyamus niger) y de especies afines difundidas en mediano oriente y a lo largo de la cuenca mediterránea. Parece que el oráculo de Delfos hablara, después de haber fumado las semillas; y otro peligrosa solanácea, el Stramonio (Datura stramonium), reconocible a primera vista por la gran cápsula espinosa, era con la Belladona, el Giusquiamo y la Mandrágora (Mandragora officinarum), la materia prima principal de los filtros mágicos.
Esta última, con raíces retorcidas en forma de homúnculo, en las cuales se podían entrever los miembros y el sexo, tuvo que tener ciertamente, por la “teoría” de los signos, poderes afrodisíacos.
Nacía, según la leyenda, del esperma de los ahorcados, y desarraigada emitía un grito de agonía y maldición sobre el profanador, que habría luego muerto en poco tiempo entre atroces sufrimientos. Lo que naturalmente permitía a los charlatanes de pedir sumas ingentes, enseguida correspondidas, porque todo se hace por amor, aunque luego, como a menudo ocurre, las raíces de la Mandrágora, ricas en atropina, eran en realidad otra cosa que excitantes.
Dioscórides, cirujano militar que seguía a las armadas de Nerón, las usaba efectivamente como anestésico en las amputaciones; pero con otros ingredientes como el Helecho real (Osmunda regalis), las Siemprevivas (Sempervivum spp.) y la Verbena (Verbena officinalis), no se excluye su uso para atenuar o ralentizar los efectos devastadores de la escopolamina en las pociones y en los ungüentos.
Éstos, preparados “secundum artem” por manos expertas, estaban muy en boga en el Medioevo, porque untados sobre las sienes, las axilas y el hueco de la rodilla, para no hablar de la vulva y del ano, donde la piel es más fina y por lo tanto más fácil la asimilación, aseguraron sensaciones fuertes y “viajes con regreso”.
Hoy, olvidada la Mandrágora, todas estas especies encuentran, con otras Solanaceae más modestas, un empleo en herboristería y en el campo médico.
Especies como la Dulcamara (Solanum dulcamara), así llamada porque mascada da primero un gusto amargo, debido a los glucósidos, y luego improvistamente un sabor dulce, con los azúcares liberados por hidrólisis al contacto con la saliva, o la Morella (Solanum nigrum), frecuente en todo sitio sin cultivar.
Productos para dilatar la pupila, remedios para el asma, las neuralgias, las gastralgias, el insomnio, los reumas, la tos ferina y el mal de Parkinson.
Pero las Solanáceas, Petunias (Petunia spp.) a la cabeza, también son plantas ornamentales. En el ‘700, antes de convertirse en el “pan de los pobres”, hasta la Patata tuvo un momento de gloria entre los aristócratas por las insólitas corolas, blancas o moradas, asociadas en llamativas inflorescencias; y hoy esta familia ya es nuestra en jardín, sobre la terraza y entre las paredes domésticas.
Los extraños frutos amarillos y rojos del Ají ornamental (Capsicum annuum), ofrecen colores baratos en los rígidos meses invernales y las redondas bayas del Cerezo de invierno (Solanum pseudocapsicum) se combinan bien con el traje de Papá Noel.
El alchechengi (Physalis alkekengi), conocido también por las virtudes medicinales, además de darnos frutos comestibles, óptimos rellenos con licor en pequeños cofres de chocolate, asombra por los cálices hiperprotectivos y da un toque de clase con sus “linternas chinas” rojo-anaranjado, en las composiciones florales.
Las corolas azul-violetas de la Browallia speciosa de Colombia y la Brunfelsia calycina de Brasil, son un fácil adorno para porches e interiores luminosos, y se están afirmando, en la Riviera, las grandes matas perfumadas del Tabaco ornamental (Nicotiana alata) de Sudamérica y las insólitas corolas asimétricas, parecidas a orquídeas, del Schizanthus pinnatus de Chile, que señala el límite botánico de la familia con las Scrophulariaceae.
En el jardín, entre las plantas leñosas provenientes de Centro y Sudamérica, las Solanáceas ostentan arbustos y arbolitos.
Especies como los Cestrum y las Iochroma, con ramilletes de flores tubulares pendientes, amarillas, anaranjadas, rojas o moradas; el Solanum rantonnetti de Argentina, con matas más altas que un hombre, pródigos todo el verano de una lluvia de florcitas; y la Datura sanguinea de Perú, que puede alcanzar los 4 m, con llamativas corolas en trompeta, de hasta 20 cm de largo.
No faltan especies trepadoras como el Solanum jasminoides de Brasil, que adorna a menudo los muros de las villas provenzales o la Solandra maxima, de México, cuyas flores acampanadas, rígidas y gruesas como el cuero, alcanzan los 15 cm.
En los cálidos jardines mediterráneos, y sobre todo en aquellos “estilo inglés” de los trópicos, se encuentran hasta Solanáceas con corolas irisadas.
Las del Streptosolen jamesonii, de Columbia, esfuman por ejemplo envejeciendo del amarillo al rojo; y las flores de la Brunfelsia australis, la “Planta de ayer, del hoy y del porvenir”, pasan como si nada, en tres días, del morado al blanco.
SCIENZA & VITA NUOVA – 1991
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