Luego de aquella piedra nace una flor. Parecen guijarros para huir mejor de los predadores. Sólo tienen dos hojas, para ofrecer una superficie reducida al calor del desierto. Plantas de pocos milímetros, producen flores, de colores a menudo vivos, más grandes que ellas. Cómo se cultivan. Los frutos son cápsulas “inteligentes” que se abren sólo cuando llueve.
Texto © Giuseppe Mazza
Traducción en español de Viviana Spedaletti
Imaginamos ser una planta y crecer en Namibia: meses y meses sin agua, un terreno pobre y un sol que parte las piedras. Chispeantes guijarros de cuarzo multiplican la luz y el calor, y en el horizonte, en el paisaje casi hecho irreal por los espejismos, vagan esmirriadas manadas de animales sedientos, con la barriga vacía.
Tenemos que respirar ante todo, a la manera de las plantas, se entiende, con millares de pequeñas bocas, los estomas, pero cuando las abrimos el viento caliente del desierto nos chupa prepotentemente el agua.
El terreno está seco y no podemos ir adelante a gastar más de lo que tenemos. Mejor renunciar a una vida “a lo grande” y reducir el número de hojas: ¿100?, ¿50? o ¿10?
No, no, es todavía demasiado: ¡dos bastarán! Pero tendrán que ser carnosas y resistentes, capaces de conservar el agua por meses y, sobre todo, no llamar demasiado la atención.
Mejor hacerse pequeños, pequeños, eliminar el tronco y vivir mitad enterrada, al ras del suelo, multiplicando los estomas en los lados de las hojas. Allí, entre los granos de arena, circula un poco de aire y el anhídrido carbónico puede entrar, sin que el viento se lleve demasiada agua.
Si luego las dos hojuelas se funden, asumiendo el aspecto esférico y translúcido de los guijarros de cuarzo, o se cubren de fantásticos dibujos y relieves miméticos, estamos también a resguardo de los predadores que buscan la comida “a la vista”.
Así, en milenios de experimentos, han “concluido” las plantas piedra: los Lithops, los Conophytum, los Gibbaeum, las Argyroderma, los Ophthalmophyllum y muchas otras pequeñas maravillas de los cielos sudafricanos.
Puesto que las flores se abren insólitamente tarde, cuando el sol está alto sobre el horizonte, antes estas plantas fueron todas puestas en un único género: Mesembrianthemum, del griego mesembría, “mediodía” y ánthemon, “flor”. Pero luego se descubrió que algunas especies brotaban por la noche y entonces vino la brillante idea de cambiar el nombre de Mesembrianthemum a Mesembryanthemum, de mésos, “central”, émbryon, “embrión” y ánthemom, “flor”, con referencia a la posición del ovario.
Sin traumas y llamativos cambios, cambiando la “i” por “y”, el rigor científico estaba salvado.
A medida que se procedía en las exploraciones, en cambio, el número de las especies aumentaba: 500, 1000, 2000 y más aún. A un cierto punto, como ocurre con los títulos demasiado “pesados” cotizados en Wall Street, los botánicos fueron obligados a un “split”, y en 1973 el mastodóntico grupo fue finalmente dividido en 125 nuevos géneros.
Pero con las plantas piedra los “problemas” no estaban aún terminados. Los Lithops, por ejemplo, tienen una enorme variabilidad: dimensiones y colores cambian de lugar en lugar, y no existen, como en las huellas digitales, dos diseños iguales.
Antes, me explica Steven Hammer, un investigador americano huésped del famoso Karoo Botanic Garden de Worcester, cuando la especie fue vista como un hecho estático, inmutable de la creación, y no como la manifestación de una continuidad evolutiva, se contaban al menos 500, pero hoy no parece sean más que unas setenta.
Se discute también sobre los géneros, y ni siquiera a nivel de familia los expertos están de acuerdo: en Europa se prefiere hablar de Aizoaceae (del género Aizoon, presente también en Italia, con alusión a los largos períodos de sequía que estas plantas superan resecas, casi “sin vida”, mientras que americanos y sudafricanos aíslan los 125 géneros del “split” en la familia de las Mesembryanthemaceae.
Las flores brotan milagrosamente, de la “nada”, al final del verano y recuerdan un poco a las compuestas.
A costa de hacerse descubrir, y comer, las “piedras vivientes” revelan por algunos días sus escondites con espléndidos vestidos a bodas. Abren y cierran, siempre a la misma hora, luminosas corolas blancas, amarillas, anaranjadas, rojas o moradas, enormes respecto a las plantas, para atraer a los pocos insectos polinizadores del desierto.
Con un esfuerzo increíble, el Conophytum minusculum echa fuera de un cuerpito de apenas 5-8 mm, llamativas flores rojas de 13-14 mm de diámetro, y generalmente cada “piedra” tiene su huésped fijo, de quien conoce muy bien las costumbres. Sabe que por la mañana temprano los insectos duermen, y para no correr riesgos inútiles se abre tarde, en las horas en que la especie polinizadora está activa.
Pero es sobre todo en los frutos, las cápsulas más bonitas e “inteligentes” del reino vegetal, que se desahoga la astucia de los Mesembryanthemaceae. Mandados por un mecanismo higroscópico, “brotan”, como muchas flores, sólo cuando llueve. Algunos esparcen alrededor las semillas con la fuerza de un resorte, pero los más son de una proverbial “prudencia apache”.
“Podría ser una llovizna pasajera”, piensan, y cuando caen las primeras gotas se abren, pero tienen las semillas en el interior, como en una taza, esperando que una lluvia torrencial las eche fuera.
Pruebas en laboratorio han demostrado que gotas de agua, cayendo de 2 m de altura, hacían saltar las semillas a 50 cm de distancia. En naturaleza no sólo es importante sembrar en el momento justo, cuando hay agua, sino con sentido común: si no reemplazan a los padres, las jóvenes plantas tienen que tener su espacio vital, es decir crecer a cierta distancia de la madre, para evitar la competencia.
Otras cápsulas, no menos astutas, usan la “técnica de la descarga de agua”: se llenan de agua, hasta estallar, y luego ésta se desagua, de golpe, a través de pequeños canales especiales, más o menos atascados de semillas. Así no son expulsadas todas juntas, sino dispersas un poco a la vez, por siguientes chubascos, con mayores posibilidades de éxito.
¿Y si para enseguida de llover y vuelve el sol?
Si las primeras gotas son una “falsa alarma”, caso único en la naturaleza, el fruto se cierra perfectamente, como antes, esperando tiempos mejores.
Verás que si las mojas se abren enseguida, me había dicho el Sr. Busy Wiese, un experto en suculentas de Vanrhynsdorp, propietario de dos fincas literalmente cubiertas de plantas crasas.
Toma la N7 hacia Springbok, fueron sus últimas palabras, y luego de 20 km gira a la derecha. Dónde veas manchas blancas, del cuarzo, allí encontrarás las Argyroderma delaetii y los pequeños Oophytum nanum en flor.
Así, con una Hasselblad de un lado y un recipiente de agua en el otro, me divertí en hacer llover fuera estación, para fotografiar la eclosión de las cápsulas.
Mojadas se abren a lo sumo en 2-3 minutos, pero para cerrarse necesitan algunas horas.
Llevé un par de ellas a Montecarlo, para la alegría de mis hijas, y repitieron el espectáculo. Luego esparcimos solemnemente las semillas sobre un terreno arenoso, preparado según una bien aprobada receta del Jardin Exotique, y después de 5-6 días de pacientes rociaduras, para disolver los inhibidores germinativos que envuelven las semillas (es una última increíble astucia de las plantas piedra, para seguras que no falte el agua), aparecieron las primeras hojuelas.
Como me confirmó Marcel Kroenlein, director del Jardin Exotique de Mónaco, en la costa estas plantas crecen muy bien, sobre alféizares y balcones expuestos al sol.
Se tienen en macetas de terracota, bien drenadas sobre el fondo por una gruesa capa de guijarros, con un compuesto arenoso, ligeramente acidificado por piedritas cuarzosas.
Las mínimas invernales tienen que superar cero, y desde fines de octubre hasta marzo las “piedras vivientes” no se riegan de ninguna manera: hace falta dejarlas como en la naturaleza, sin agua, al amparo de una galería o un balcón.
Luego se mojan 1-2 veces por semana, mientras del centro aparece una nueva plantita, que crece chupando las viejas hojas, hasta reducirlas a irreconocibles pergaminos marchitos.
A menudo en los Lithops, y casi siempre en los Conophytum, por cada vieja “cabeza” brotan 2 o 3, y así, después de algunos años, se consiguen colonias redondeadas.
En la naturaleza los Lithops generalmente se detienen en 10 individuos, pero las matas de Conophytum pueden contar hasta 600 de ellos. En cultivo, dónde la comida y el agua no faltan, un famoso Lithops salicola de Johannesburg alcanzó en 1967 las 100 cabezas, y hoy supera las 300. ¡Un verdadero récord para el Guiness Book of Records!
Para nosotros lo importante es que lleguen a llenar las macetas, y luego, mirando de cerca las complicadas esculturas que brotan de la arena, las flores y los fantasiosos diseños, veremos la vastedad y los silencios de los desiertos y toda la belleza de los cielos australes.
GARDENIA – 1987