Plantas de departamento: las especies más bellas y fáciles

El verde en una habitación. Las plantas más fáciles. Se conforman con la luz de la casa, toleran ambientes cerrados, requieren sólo riegos esporádicos. Las especies ideales.

 

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Texto © Giuseppe Mazza

 

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Traducción en español de Viviana Spedaletti

 

¿Habilidad con las plantas? No es verdad. Hablemos en todo caso de buen sentido.

Cuando compramos un pez de acuario, un perro, un gato, un conejillo de Indias o un pajarito, la primera pregunta es: “¿Qué come?” y nos preocupamos, agregando accesorios como la pileta, la cucha o la pajarera, para hospedarlo de la mejor manera.

Lo mismo tenemos que hacer con las plantas.

Aunque sirven para adornar la casa, no son cuadros o esculturas sino seres vivientes como nosotros, más bien nuestros “lejanos parientes”.

El examen de los aminoácidos animales y vegetales, siempre los mismos, presentes por demás en cierta forma; la estructura del sistema de síntesis proteica y la universalidad del código genético, muestran en efecto que la vida sobre la tierra nació una sola vez. El primer animal, nuestro lejano antepasado, fue una planta. Perdidas la clorofila y no pudiendo ya hacer la fotosíntesis, es decir combinar el agua y los minerales tomados del suelo con el anhídrido carbónico del aire, para transformarlos con la ayuda del sol en materia viviente, se echó a comer las otras plantas que estaban alrededor.

Y si nuestra primera relación con el mundo verde fue de violencia, y la suerte de las plantas es acabar directamente o indirectamente en boca de los animales, no quiere decir que tenemos que tratarlas como adornos y condenarlas a morir de sed, de hambre, de calor o de frío.

Las plantas nacen, crecen, luchan, hacen el amor como nosotros y traen hijos al mundo. Se enferman, mueren, y quizás sufren y piensan. Si las queremos en forma entre las paredes domésticas tenemos que, ante todo, dejar de considerarlas “vegetales”, una palabra cargada de valores negativos, que roza a menudo la idea de inanimado, e intentar mirarlas como a unos “animales diferentes”.

Y aunque en víspera de las vacaciones no encontraremos nunca por el camino carteles que invitan a “no abandonéis los Filodendros”, sólo cuando entendamos que condenar a muerte una planta es como matar a un perro o a un gato, seremos hábiles con las plantas.

Antepuesto esto, antes de comprar una planta, me pregunto ante nada si puedo permitírmela. Si en casa tengo el sitio apto, con la luz, el calor, el recambio de aire y la humedad requeridas por esa especie.

Las plantas de departamento, obligadas por definición a vivir lejos del sol, provienen en efecto en gran parte del sotobosque de las selvas tropicales, donde la luz es análoga a la doméstica, pero la temperatura no baja casi nunca de los 18 °C y la humedad alcanza niveles altísimos.

En milenios, han inventado no pocas estrategias para defenderse del exceso de agua sobre las hojas, pero no creyendo acabar en una sala de estar en los umbrales del 2000, generalmente son completamente inadecuadas para enfrentar los golpes de frío de una ventana abierta en pleno invierno, el humo, el esmog y sobre todo el aire seco de los radiadores.

Y a menos que se tenga un porche luminoso y mucho tiempo disponible para frecuentes rociaduras y el necesario control térmico, es mejor no ceder a la tentación consumista de especies espectaculares pero efímeras y optar por “plantas fáciles”, capaces de acompañar por años nuestra vida entre las paredes domésticas.

Veamos algunas de de cultivo simple, aptas a varias situaciones.

El Sansevieria trifasciata, de la cual existen numerosas variedades, más o menos altas, con hojas estriadas horizontalmente, maculadas o con bordes amarillos, es seguro entre las más idóneas para los ambientes modernos.

Originaria de África sudoriental, crece bien al sol, a plena luz, pero también a 2-3 m de las ventanas, dónde se conforma con un riego cada 10-15 días y una luminosidad de apenas 500 lux. Regula la producción de clorofila sobre la luz disponible, convirtiéndose a veces verde oscura en los rincones más oscuros; puede ser abandonada por semanas sin una gota de agua; soporta fácilmente en invierno mínimas de 10-12 °C; acepta el aire seco, contaminado por el humo y generalmente muere sólo por “ahogamiento”, cuando se la moja tercamente todos los días, en macetas mal drenadas.

La Kentia (Howea forsteriana), originaria de la isla de Lord Howe al este de Australia, tolera condiciones análogas. Para hacer su par de hojas al año se conforma con poca luz y riegos esporádicos y la única “manutención”, dada la lenta renovación foliar y la falta de lluvias en las moradas humanas, es un periódico lavado con esponja.

Varias Dracaena, procedentes de África tropical, se revelan igualmente rústicas, pero las formas bicolores, como la deremensis, para aumentar la fotosíntesis están obligadas en condiciones límite a perder o atenuar, como el Sansevieria, sus bonitas estriaciones blancas o amarillas, que si tienen un indudable valor estético, son una grave minusvalía para plantas reducidas al hambre de la falta de luz.

Y análogo es el discurso para muchas especies a hojas variegadas, como las Dieffenbachia, originarias de América tropical, que incluso soportando como las anteriores el aire seco de los radiadores y temperaturas mínimas invernales de 14-16 °C, pierden gran parte de sus atractivos cuando la luz no supera los 600-700 lux.

Clásicos de departamento son también los Ficus, entre los que se distinguen el Ficus elastica, el Ficus lyrata y el Ficus deltoidea, adornado por curiosos frutos esféricos que lo hacen parecido a un arbolito de Navidad (el célebre Ficus benjamina no está entre los más fuertes, porque, sufre la pérdida de las hojas, necesita mucha luz, alta humedad ambiental y una buena aireación), y muchas Aráceas como los Philodendron cordatum y Philodendron scandensPhilodendron hederaceum, originarios de Brasil y Puerto Rico y el ‘Emerald Queen’, un híbrido de orígenes inciertos.

Típicas plantas del sotobosque, trepan a los troncos, aceptan condiciones de luz difíciles, alrededor de los 500 lux, soportando mínimas invernales de 10-12 °C y la falta de humedad atmosférica, pero crecen mejor pulverizadas o con frecuentes “fleboclisis” a su soporte musgoso. Y análogas consideraciones valen para la Monstera deliciosa que reacciona a la falta de luz reduciendo las perforaciones, el diámetro y la segmentación foliar.

Otras plantas fáciles, menos conocidas, son el Syngonium podophyllum de América centro-meridional, de cultivo análogo a los filodendros, el Cissus rhombifolia, originario de Centroamérica y el Cissus antarctica, natural en las selvas australianas.

Parientes de la vid, estas plantas de hojas elegantes y delgadas, crecen bien también en condiciones de luz precaria, formando, según el sustrato, columnas o matas. Toleran el aire seco y mínimas alrededor de los 10 °C, pero no les debe faltar el agua en verano, cuando están en pleno período vegetativo.

Quien tiene un porche no calefaccionado, con notables caídas térmicas hasta 5 °C, podrá elegir entre la Planta de las perpetuas (Aspidistra elatior), originaria de China y de moda en los fríos edificios de nuestras abuelas, el Asparagus sprengeri, la Fatsia japonica y la Tradescantia fluminensis, que a despecho del poco atractivo apodo de “Miseria”, se presta a ornar ventanas y macetas suspendidas con espectaculares cataratas blanco-verdes.

Quien en cambio busca una compañera “aristocrática”, poco conocida y tolerante de los radiadores, la encontrará en la Rhoeo spathacea Tradescantia spathacea, originaria de México. Junto a una ventana, con temperaturas mínimas no inferiores a los 10 °C, saca una después de la otra, por años, brillantes hojas en espada, largas hasta 30 cm, con el envés de un bonito morado intenso, que vuelve en comparación insignificantes a sus graciosas florecitas blancas.

Original, cuando la luminosidad lo permite, también puede ser una sala de estar adornada con papiros (Cyperus alternifolius y Cyperus diffusus), que pueden ser cultivados sin esfuerzo, sumergiendo por algún centímetro la maceta en un recipiente con agua.

Análogamente muchas plantas “difíciles”, pueden transformarse en “fáciles” usando pequeñas tretas.

Satisfechas las necesidades térmicas y luminosas de nuestros huéspedes, la humedad se puede en efecto incrementar de varios modos.

Un primer método consiste en reunir las macetas en una jardinera de plástico, colmada de bolitas de arcilla expandida regada de vez en cuando. El agua se recoge en lo bajo, como en una cisterna, pero no alcanza el nivel de las macetas, y sin provocar podredumbres se evapora entre las bolitas, creando, frenado como en las selvas por las hojas, un microclima húmedo.

Y con alguna pulverización de apoyo, también podréis hospedar coloridas Bromeliáceas de gran talla como el Nidularium fulgens o la Neoregelia carolinae, especialmente si tuvierais la precaución de proveerles, de vez en cuando, un poco de agua al natural “pozuelo de reserva”, sitio al centro de las elegantes estructuras en roseta.

Si esta humedad no basta, y las plantas son de dimensiones modestas, como la Violeta africana (Saintpaulia ionantha), la Fittonia argyroneura, los Cryptanthus, la Tillandsia cyanea y muchas pequeñas Vriesea, Aechmea y Guzmania, se puede optar por unos ingeniosos terrarios a esfera o a botella de gusto exquisitamente inglés.

Cuando la abertura es estrecha, o dadas las escasas exigencias de aireación se la cierra por largos períodos con un tapón, basta un modesto riego por capilaridad una vez al mes. Para no ensuciar los vidrios (pero todos los métodos son buenos), se usa en efecto introducir una cuerda embebida en agua, enclavada a un soporte rígido y unida a un jarrón.

Otra astucia consiste en colocar la maceta de las plantas dotadas de raíces aéreas en un “islote de ladrillos” ubicado al centro de un pequeño laguito no se hará nunca faltar el agua. Las raíces aéreas beberán como esponjas en el foso, mientras las terrestres, en lo seco, sin arriesgar podredumbres.

Si tenéis un acuario, también podréis introducirles como tubos en la pecera, con la triple ventaja de rociar la planta, nutrirla y purificar el agua de los desechos del metabolismo de los peces. Desarrollan enseguida cándidas raíces sumergidas, y en resumen, si la pecera es adecuada, no necesitaréis más tampoco tierra y maceta. En mi estudio de Montecarlo, por decir algo, un banal Filodendro ha cubierto sin esfuerzo en 16 años, partiendo de una rama, dos paredes con más de 12 m2 de hojas.

Hemos llegado así, de a poco, a un método de cultivo alternativo, llamado «hidropónico», o en palabras pobres a la hidroponía.

Los presupuestos son simples: el elemento fundamental para la vida del mundo verde no es la tierra sino el agua. El suelo hace de soporte y reserva de sustancias nutritivas, pero es el agua que las disuelve y las vuelve asimilables. Y puesto que, como hemos visto por la clorofila, muchas plantas a menudo se conforman sorprendentemente con condiciones nuevas, y desarrollan en este caso especiales raíces acuáticas exentas de podredumbres, basta con reemplazar la tierra con una solución de sales minerales, a renovar una vez al mes y completar de vez en cuando el nivel.

Es el huevo de Colón: se puede partir de vacaciones dejando sin riesgos las plantas por semanas; se eliminan los parásitos de casa en los compuestos terrosos; y sobre todo se pueden hospedar especies exigentes sobre el plano de la humedad ambiental, que compensarán las faltas higrométricas del aire con un bombeo suplementario a sus raíces acuáticas.

Entre las especies que se prestan mejor al objetivo generalmente están todas las Aráceas, las plantas “espádice”, en inflorescencias es decir asociadas sobre una estructura cilíndrica, rodeada por un gran bráctea a menudo de color llamada “espata”, como en las Aglaonema, las Dieffenbachia, los Philodendron, los Scindapsus, y sobre todo los Spathiphyllum y los Anthurium que, bien iluminados, enriquecerán por meses la casa con sus llamativos estandartes.

Aceptan contentas esta modalidad también las Cordyline, los Cissus, los Pandanus, las Dracaena y el Chlorophytum comosum, otra ilustre “planta” de las abuelas. Basta con recuperar, de un amigo o en los jardines, uno de los muchos brotes que surgen ya con raíces sobre los estolones, y ponerlo con una parrilla en el agua junto a una ventana. Crecerá a a simple vista sin cuidados especiales.

¿Las plantas de flor pueden vivir en departamento?

En el 99,9% de los casos la respuesta es desaforadamente negativa. La mayor parte de las cautivantes propuestas de los floristas son, para usar un eufemismo,”»adornos temporales de la casa”. Las flores, los órganos reproductivos de las plantas superiores, requieren para desarrollarse efectivamente la intensa luz del sol, y sacando las plantas espádice y las insignificantes corolas de las especies arriba indicadas, a menos que se instale una iluminación enceguecedora, de invernadero, con lámparas fluorescentes especiales o a vapor de mercurio, es casi imposible asistir en casa a estos “encantadores acontecimientos” vegetales.

A quien posee un porche o una ventana luminosa, y busca plantas fáciles y perennes, en flor casi sin parar, sólo tengo dos consejos: las orquídeas híbridas del género Phalaenopsis, en flor hasta 8 meses al año, a cambio de un riego semanal y abonos líquidos periódicos (pero atentos al humo, que le mata de a poco, como hace además con los propietarios), y la Begonia bambú (Begonia coralina y sus cultivar e híbridos, como la Begonia ‘Picta Rosea’) de porte arbustivo con fustes nudosos y elegantes, parecidos a bambú.

Aún antes de llegar a la etapa de los años ‘90, torturada y podada drásticamente como “arbolito”, para ser inmolada para el consumismo con el nombre de Tamaya, esta robusta especie brasileña circulaba desde antes con éxito en los viveros de muchas ciudades europeas.

En un ambiente bien iluminado, está en flor de marzo-abril a diciembre, conformándose con un riego por semana y con una maceta de 30 cm, que hospedará en resumen una decena de fustes principales, de hasta 2 m de alto, cargados de ramas colgantes y llamativos ramos de flores.

 

NATURA OGGI  – 1993