Las bellísimas flores del opio. Las amapolas tienen corolas muy ornamentales de todos los colores, incluso el azul. La eficacísima estructura reproductiva de estas flores sin perfume y las especies más vistosas. Las propiedades medicinales.
Texto © Giuseppe Mazza
Traducción en español de Viviana Spedaletti
Durante la última guerra mundial, sobre la tierra removida de las trincheras, y alrededor, donde caían los golpes de mortero, era todo un florecer de amapolas.
La vida se tomaba una linda revancha sobre la “muerte de masa”, con millares de corolas escarlata, en singulares combinaciones patrióticas con el blanco de las margaritas y el verde de los prados.
Los cráteres de las bombas se decoraban regularmente con aureolas flameantes, más rojas que la sangre, porque las pequeñas semillas de la amapola, presentes por todos lados en el terreno, duermen durante años, y apenas la tierra es removida, y toman contacto con el aire y la luz, germinan todas juntas, en tiempo record, en las espectaculares extensiones que todos conocen.
Flores sociales pero individualistas, las amapolas.
Crecen en millares, uno al lado del otro, cada uno sobre su tallo. Se enderezan prepotentes, mientras las brácteas espinosas, hoy inútiles, caen como rampas de lanzamiento, y los pétalos apergaminados, arrugados, se distienden al sol como sombrillas, en combinaciones cromáticas insólitas en las flores de campo.
Estambres negros sobre un fondo púrpura: colores a primera vista absurdos para abejas y abejorros, insensibles al rojo.
Auténticos “agujeros negros” del prado, si no fuera por los rayos ultravioletas, reflejados por las amapolas en abundancia, al punto de poder prescindir del néctar y de perfumes suaves.
No sabremos nunca cómo los perciben los insectos, pero aterrizan, y convencidos de encontrar alimento, cumplen gratis, frustrados, su trabajo de polinizadores.
En neto contraste con la estupidez animal, la estructura reproductiva de la flor se encuentra entre las más eficaces.
El ovario, al centro de los estambres, termina en un gigantesco estigma sésil en rayos, en forma de escudo, listo para captar, como las grandes antenas parabólicas de los condominios, los mensajes de polen.
Desde aquí los “programas genéticos” alcanzan abajo a los varios usuarios, los óvulos, alojados en camaritas contiguas, en gajos de naranja, donde se cumple el milagro de la fecundación.
Luego el ovario se transforma en fruto, una cápsula globosa, que se abre en la parte superior con unos agujeros, para dispersar al viento, como un salero, hasta 30.000 semillas.
Para desalentar a los herbívoros, el ovario, las hojas, y en general todas las partes de la planta, están empapadas de alcaloides como la morfina, la codeína, la tebaína, la papaverina y la narcotina, sustancias repelentes, desagradables al paladar de los rumiantes, pero que han valido a la amapola de opio (Papaver somniferum), las benévolas curas que todos conocen.
Más allá del empleo medicinal y de la droga, esta especie es cultivada en Europa por las semillas, usadas en pastelería, en la fabricación de barnices para la madera, y sobre todo por las vistosas flores, blancas, rosadas, rojas o violáceas, que la hacen una preciada planta de jardín.
Existen cultivar similares a rosas, con pétalos dobles y deshilachados, pero en Italia, para tenerlas, es necesario un patético “permiso”. Severísimas sanciones tutelan una ley en realidad no muy aplicada, visto que además las amapolas de opio prosperan sin ser molestadas en los jardines de los hoteles, en la huerta de los párrocos y hasta a lo largo de las pendientes de los ferrocarriles y en los baldíos comunales, entre la gran buena fe de los guardias civiles, de los policías y de los usuarios que, muy probablemente, no las conocen.
Para evitar accidentes con algún docto y diligente tutor del orden, es mejor entonces confiar el efecto decorativo a las otras representantes del género, olvidadas por el legislador: más de 100 especies ricas de virtudes hortícolas.
La Amapola oriental (Papaver orientale), una perenne que supera fácilmente el metro, de flores escarlata, salmón, anaranjadas o blancas, con más de 15 cm de diámetro; la Amapola de Islandia (Papaver nudicaule), disponible en cultivar amarillos, anaranjados, albaricoque, rojo, rosadas y blancas; la Amapola común o de los campos (Papaver rhoeas), de las cuales existe también una variedad blanca y rosada, la «Shirley»; las luminosas Amapolas alpinas, muy adaptadas a los jardines rocosos, entre las cuales la burseri, de flores blancas como la nieve, y la suaveolens de corolas radiantes.
A la misma familia, para la gloria de los ojos, pertenecen también las Amapolas de California (Eschscholzia californica), incansablemente en flor de junio a setiembre, con pétalos amarillo-anaranjados, pero también rojos, rosados y blancos, adaptados a los terrenos pobres y arenosos, quemados por el sol; las famosas Amapolas azules del Tibet (Meconopsis paniculata, Meconopsis betonicifolia y Meconopsis grandis); la Amapola plumosa (Macleaya cordata) de la China, con florcitas blancas reunidas en vaporosos racimos; el Glaucium palmatum, una auténtica ikebana de las montañas japonesas; la Romneya coulteri de California de cándidas corolas chatas, de hasta 15 cm de ancho, adornadas al centro por un tupido penacho de estambres amarillos; los Corazón de María (Dicentra spectabilis), originarias de Manchuria y de Corea, de largas ramas que forman unos románticos collares de corazones; la Corydalis lutea, adaptadas en manchas de color entre las rocas; y la Amapola mexicana o cardosanto (Argemone mexicana) utilizada antes en las enfermedades de los ojos, y hoy en la industria de los jabones.
También la Celidonia (Chelidonium majus) y la Fumaria (Fumaria officinalis), común en los terrenos sin cultivos y a lo largo de los senderos, son papaveráceas con probadas propiedades medicinales.
El látex de la primera, antiespasmódico, hipotensivo y purgante, hace caer las verrugas, como el nitrógeno líquido de los dermatólogos, y la segunda, rica en fumarina, ostenta propiedades tónicas, digestivas, depurativas y antiescorbúticas.
Pero casi todas estas plantas, más de 650 especies, tienen preciosas virtudes medicinales, en recuerdo de una historia común y de análogas estrategias de supervivencia.
SCIENZA & VITA NUOVA – 1990
→ Para apreciar la biodiversidad dentro de la familia de las PAPAVERACEAE clicar aquí.