Los falsos pétalos que seducen a los insectos. La historia y la vida sexual de estas extrañas flores sudafricanas. Cómo cultivar estas plantas en nuestros climas. El trabajo de hibridación y de selección también en la Costa Azul.
Texto © Giuseppe Mazza
Traducción en español de Viviana Spedaletti
La evolución de las plantas, y de la vida en general, no procede nunca en línea recta, sino en espiral, y la naturaleza inventa a menudo uno nuevo siguiendo senderos ya recorridos.
Hace tiempo en el mundo verde los sexos estaban separados. Es el caso por ejemplo de las coníferas, plantas arcaicas que muestran aún hoy estructuras reproductivas bien diferenciadas.
Conos masculinos, pequeños y numerosos para producir el polen, y conos femeninos, las piñas, que se hinchan, al producirse la fecundación, protegiendo las semillas.
Un esquema totalmente válido, visto que ha llegado intacto hasta nosotros, pero con un talón de Aquiles: la polinización se ha confiado a los caprichos del viento, y para reproducirse abetos y pinos están obligados a vivir codo a codo en grupos compactos.
Por esto, a la sombra de un pino prehistórico, una especie tropical “fuera de moda” tuvo en la noche de los tiempos una feliz intuición: en lugar de construir la acostumbrada piña, creó algo vistoso, la flor, para atraer a los pájaros, unos “carteros del polen” mucho más precisos que el viento. La corola, grande y coloreada, era bien visible de lejos, y los dos sexos, reunidos en una única estructura, permitían, en cada visita del huésped, el retiro y la entrega del polen.
Pero también esta estrategia, que triunfó por milenios, tenía sus lados débiles. Antes que nada los pájaros son parejas invidentes, que no contentos con el néctar devoran a menudo sin escrúpulos los pétalos y los ovarios, las preciosas nursery de la planta; y además son confiables sólo en los trópicos, donde hay de comer todo el año.
En los climas fríos, cuando la estación vegetativa es corta, llegan a menudo demasiado tarde y no están siempre de ronda. Así a algunas plantas de asalto, que partían a la conquista de zonas templadas, se les ocurrió la idea de aprovechar a los insectos. Fue la carrera a la miniaturización de las corolas, con perfumes suaves y estructuras adaptadas a los nuevos vectores del polen. Las flores de vanguardia empequeñecieron, tanto que en un cierto punto tampoco los insectos las veían.
La naturaleza estaba nuevamente en crisis. Y algunas plantas, quizás las antecesoras de las margaritas, tuvieron la idea de reunir sus pequeñas corolas en grandes ramos, los capítulos, para imitar en una especie de mosaico a las vistosas flores del pasado.
Espectacular retorno a los orígenes, que podemos observar con miles de variantes en nuestros climas, mientras algunas especies sudafricanas, los Leucadendron, han ido aún más allá en la “restauración”, con inflorescencias y frutos que recuerdan a las piñas.
¿Que había de bueno en la civilización de las coníferas?
La neta separación de los sexos, el mejor método para conjurar los incestos, y la estructura en cono que protege las semillas.
Y estas intuiciones los Leucadendron las han hecho propias. Luego de haber miniaturizado las corolas y haber entendido que la unión hace la fuerza, decidieron producir en algunas plantas sólo inflorescencias masculinas y en otras inflorescencias femeninas similares a conos.
Sobre la elección de los “carteros” no estaban todos de acuerdo.
Algunos “extremistas” nostálgicos del pasado, estaban decididamente por el viento; pero los “moderados” pensaban que en el fondo la alianza con los insectos no estaba del todo mal y que convenía apuntar sobre un rico néctar, quizás cristalizado en terroncitos.
Difícil decir quien venció, probablemente estos últimos, visto que hoy, sobre 79 especies de Leucadendron, 4 han optado por la polinización anemófila y 75 por un abundante néctar condensado.
La mayor parte de los polinizadores son hormigas; pero para multiplicar las chances de reproducirse algunas especies han preparado, como las compuestas, también un vistoso aparato publicitario destinado a los insectos en vuelo, con hojas dispuestas como pétalos para crear flores de estilo insólito, a menudo muy diferentes, según el sexo, también en la misma especie.
Inflorescencias similares a margaritones y anémonas, pero también “alucinaciones verdes” con conos brillantes y pegajosos de azúcar, como la mermelada, o aterciopelados y casi esféricos como las gálbulas de los cipreses.
Arbustos reunidos a menudo en grandes extensiones ondulantes, pero también plantas de 10 m, como el Árbol de plata (Leucadendron argenteum), uno de los más raros y elegantes del mundo.
En algunas especies los frutos se abren luego de 2-3 meses; en otros luego de años, quizás en ocasión de un incendio que libera el terreno de los contrincantes.
La dispersión de las semillas, ricas de penachos, flecos de pelos o alitas, es confiada principalmente al viento, pero presentan a menudo curiosas protuberancias azucaradas hechas a propósito para las hormigas, que terminan así por sembrarlas en los nidos, donde germinan, lejos de la planta madre, hasta 10-15 m de distancia.
Pero hoy los Leucadendron primordialmente son propagados por el hombre, que atraído por todo lo que es raro y diferente, ha comenzado a hacer esquejes, multiplicando las plantas macho, en general más decorativas, y las variedades adaptadas al jardín y a la industria de la flor cortada.
El Dr. G. J. Brits, responsable del Protea Research Unit di Riviersonderend, me muestra con orgullo unos falsos pétalos, alargados, que imitan la llama de una vela, y los últimos cultivar con “flores” amarillas o rojas. Cada año, del Protea Heights di Stellenbosch, parten millares de ramas de Leucadendron cortadas para los floristas de todo el mundo. Duran bastante en florero y ya hacen competencia a los claveles y a las rosas.
CULTIVO
En Sudáfrica, en la Región del Cabo, los Leucadendron se siembran en otoño, con temperaturas diurnas de 15-20 ºC y 4-10 ºC por la noche.
Entre nosotros, en los cálidos climas mediterráneos, en vivero frío el período mejor va desde diciembre a marzo. De lo contrario es mejor esperar a la primavera.
El suelo debe ser ligero y bien drenado, compuesto por mitad de arena silícea, y por lo demás, en partes iguales, de tierra de brezal y corteza de pino bien triturada. Es necesario tratar las semillas con un fungicida y recubrirlas por una vez y media de su espesor; pero sobre todo el almácigo debe estar bien ventilado, al reparo de un paño o a media sombra.
El compuesto debe mantenerse húmedo con frecuentes rocíos hasta la germinación, que se produce generalmente luego de 1-3 meses desde la siembra.
Conviene en general colocar una semilla por compartimiento en las placas alveolares de mercado; y apenas las plantitas se desarrollan transplantarlas con todo el terrón en macetas de 8 cm reduciendo progresivamente el aporte hídrico de modo que el suelo se seque casi completamente, aunque permaneciendo fresco, entre un riego y el otro.
Cuando, luego de seis meses, han alcanzado los 15-20 cm de altura se pueden plantar definitivamente en el jardín o en macetas de tamaño adecuado para ornamentar terrazas y galerías luminosas, donde de todos modos deben ubicarse en invierno donde las mínimas descienden prolongadamente bajo los 2-3 ºC.
La multiplicación por esqueje no es difícil. Es necesario elegir unas ramas leñosas apenas sin flores, y luego de haberles sumergido la base, casi un centímetro, en un polvo especial de hormonas, el “Rootone”, se colocan en una mezcla de arena silícea y turba, de ser posible sobre cama caliente, con el justo aporte de humedad y fungicidas, para estimular el enraizamiento y reducir el riesgo de marchitez.
Todos los Leucadendron aman el sol, el viento y los suelos bien drenados sin abono. Al natural crecen efectivamente en terrenos muy pobres y no toleran de ninguna manera la presencia de fósforo.
Mejor al principio no colocar nada y luego, como aconseja el Dr. Pierre Allemand del INRA, el l’Institut National des Recherches Agronomiques de Sophia Antipolis, que conduce en colaboración don los colegas sudafricanos un serio programa de investigación sobre las Proteaceae, es mejor colocar un abono del tipo 15,3,1 o mejor aún regar al comienzo de la estación vegetativa las plantas con una solución de tres gramos por litro de nitrato de potasio.
Mejor también no excederse con la turba, que retiene la humedad y especialmente en invierno puede provocar marchitez en las raíces.
SCIENZA & VITA NATURA – GARDENIA – 1990