Texto © Giuseppe Mazza
Traducción en español de Agata Arena
Cuando los hombres prehistóricos tenían dificultades, cuando se sentían en peligro frente a las fuerzas de la naturaleza, el único recurso era el hombre.
Encontrar a algunos semejantes a ellos por los alrededores, frecuentemente era la salvación.
Todavía hoy, nos pasa instintivamente al vislumbrar un rostro entre las nubes o en el perfil de una montaña.
En la Edad Media, había más tiempo para reflexionar. Se observaba más, y se estaba más atento a las formas de la naturaleza que se comparaban con el hombre.
Había nacido por convenio hasta una “ doctrina de los signos ”. El buen Dios, quería ayudar el hombre con los signos : si la semilla de un nogal tenía la forma de un cerebro, aquel fruto debía cuidar el dolor de cabeza ; si la hoja de la pulmonaria, con sus manchas, recordaba un pulmón, los médicos la prescribían para las enfermedades pulmonares ; y si el sauce crecía con los pies en el agua, su corteza era una panacea para el resfriado.
Y con esta mentalidad, cuando al principio del decimosexto siglo, con los mercaderes llegó a Europa la primera nuez de coco con dos lóbulos de las Seychelles, podéis imaginar bien las reacciones.
Reproducía, por casualidad a la perfección la anatomía femenina. La región pelviana. El origen de la vida.
El “ Coco fesse ”, como fue pronto bautizado, tenía ciertamente poderes mágicos, un remedio contra todos los venenos, y poderes afrodisíacos … por lo menos visibles.
Vienes a ver mi colección de “ Coco fesse ”, podían decir los potentados a las bonitas cortesanas, y así el precio de éstas grandes semillas no tenía limite.
Ni siquiera se sabia de donde venían. Las traían esporádicamente los veleros que hacían la ruta de las Indias. Y los marineros decían haberlas recogido en el mar.
De ahí el nombre de “ Coco de mar ” y la creencia de que salían de un misterioso árbol que crecía, como un alga, en el fondo del océano.
Y dado que, flotando o cayendo desde un buque de traficantes, un fruto había sido encontrado entre las olas de las Maldivas, en 1750 Rumphius, el primer botánico en ocuparse de la planta, le dio el nombre de Cocus Maldívica .
Los verdaderos árboles, fueron descubiertos más tarde, en 1768, por Curieuse y por Praslin, con la exploración francesa de las Seychelles.
En 1801 el botánico francés J.J. de La Billardière hace una descripción cuidadosa a la academia de las ciencias de París, y crea el nombre, geográficamente más apropiado, de Lodoicea seychellarum .
Pero es demasiado tarde. En 1917, conforme a las convenciones internacionales sobre la nomen- clatura científica, que dan la prioridad a los nombres más antiguos, la planta definitiva- mente será etiquetada como Lodoicea maldívica .
Hoy, aparte de los ejemplares de la cercana isla de Curieuse, de los que os he trazado la historia en el informe sobre las → Tortugas Gigantes, la población total mundial de esta especie se concentra en el Valle de Mai, un área de apenas 19,5 hectáreas, sobre la isla de Praslin. Una majestuosa floresta, poblada casi exclusivamente de palmeras, declarada Patrimonio Mundial por la Unesco en 1983.
Nos guía por los ordenados senderos Lindsay Chong-Seng, naturalista local, que ha escrito un libro importante.
Pasear por aquí, me explica, es para un botánico como hacer una zambullida en el pasado, como encontrar, en carne y hueso, en nuestros días, a una colonia de dinosaurios.
Las rocas graníticas, pulidas por el tiempo, que vemos alrededor, tienen 650 millones de años. Son de las más antiguas del planeta, y datan del periodo Pre-Cambiano, cuando estas tierras estaban unidas a África y a la India en el mayor continente del Gondwana.
El viento golpea entre ellas, con ruido metálico, a las hojas enormes. Están todas acanaladas hacia el tallo, para recoger y acumular el máximo de agua pluvial para las raíces.
Algunas de las plantas jóvenes, continúa Lindsay, miden también 14 m de largo, pero en las plantas adultas la talla se hace más razonable, porque de otra manera el árbol se rompería. Me enseña en el suelo una clase de gigantesco «colador».
Es el casco de un viejo tronco. Y a través de los agujeros, pasaban innumerables fibras, que permitían al árbol mantenerse, sin riesgos, como sobre una articulación.
En los primeros 15 años de vida el Coco de mar no tiene un tronco definido Luego, en 2-4 siglos, éste lentamente crece. Puede alcanzar los 24 m. en las hembras, y 30 en los machos.
La Lodoicea maldivica es en efecto una especie dioica, con los sexos separados en dos plantas.
En el Valle de Mai, crecen hoy cerca de 7.000 pies, con 200 machos adultos y 800 hembras. Los demás, sonríe Lindsay, son todavía demasiado jóvenes para decirlo.
La madurez sexual es en efecto muy variable. En general necesitan 20-40 años para ver el primer fruto, pero si la nutrición es escasa, como en ciertas zonas de la floresta, 50 años no son suficientes.
Al contrario del Huerto botánico de Victoria, un Coco de mar bien nutrido, a pleno sol, a los 11 años ya habrá creado sus primeras nueces ; y seguirá sacando de él frecuentemente otras enormes, con » embarazos gemelares o trigemelares «.
La forma típica de los frutos es el «corazón». Emplean 6-7 años para madurar ; y en general una planta no dura más que 30-45, en sus varios estadíos de desarrollo.
A los 9 meses o un año de la fecundación, la talla es ya casi definitiva, y dentro de la semilla, todavía no formada, hay una gelatina traslúcida, comestible.
Sabroso postre para multimillonarios, o visitantes de importancia, dado que un fruto cuesta más de 300 euros.
Luego la gelatina se hace densa, y llena toda la nuez, transformándose en sólido marfil. Y con sus 20 kilos, la del Coco fesse es sin duda la semilla más grande de la naturaleza. En el Valle de Mai, continúa Lindsay, se recogen 12.000 nueces al año.
Pero esto no es bastante por satisfacer las solicitudes de los turistas. 130.000 visitantes, de temporada, deseosos de llevarse a casa éste souvenir sugestivo. No existen dos nueces iguales. Las curvas, más o menos provocativas, cambian según el fruto, y si no hay bastante sitio en casa, se puede optar para las formas gemelares o trigemelares, evidentemente más pequeñas.
Para poderlas transportar, y evitar una reproducción ilegal fuera de la isla, se les hace un corte entre los dos lóbulos, y son vaciados con paciencia, y pegados con arte. En las tiendas se pueden encontrar versiones para todos los gustos. Aquella «natural», para botánicos, donde, quitada la cáscara, la nuez viene simplemente lavada y limpia con cuidado ; y las «elaboradas» con la cáscara brillante, o barnizada, por no hablar de las sexy a las que se les ha pegado pelos en la exacta posición .
El relleno, el marfil vegetal, todavía hoy es enviado a la India, donde creen tiene virtudes afrodisíacas.
Y no faltan los usos artísticos. Dado que se exfolia fácilmente sobre el plano horizontal, se presta muy bien a fabricar originales tableros para el juego de dominó.
La inflorescencia fálica de las plantas macho no es menos sorprendente.
Nace inclinada, para levantarse luego, larga también de 2 metros, tapizada de pequeñas flores amarillas, ricas de néctar dulzón y de pólen. Resiste cerca de 6 meses, y en su madurez, de nuevo, se afloja.
Nada extraña, que en 1881, el general Charles Gordon, en visita al Valle de Mai, elaborara, con seriedad, una fantasiosa teoría según la cual la isla de Praslin había sido la cuna de la humanidad, el famoso Paraíso Terrestre. Nuestros antepasados, Adan y Eva, habían vivido allí . Y con un fruto en forma de corazón, aquella extraña inflorescencia, y aquella semilla, decididamente prohibida, el Lodoicea maldivica era sin duda el árbol del bien y del mal.
Por suerte el general Charles Gordon no era un botánico, y no tenía como yo debajo a mano, una escalera de 5 metros.
De otra manera habría quedado aún más sorprendido.
Observando de cerca las jóvenes inflorescencia femeninas, se descubre en efecto que los botones distribuidos en zig zag parecen » senos con pezón «.
Grito a Lindsay, y a su esposa Giusy, que sujeten bien firme la escalera, y me apoyo un poco sobre el lado, entre las hojas, para ver mejor la estructura .
A diferencia de las inflorescencias machos, las femeninas tienen en primer lugar poquísimas flores. En mi caso, por ahora siete. Se alojan en grandes copas, protegidas de vistosas brácteas sobrepuestas.
Lo que buscaba, el estigma, el órgano femenino del mundo de las flores, está en el centro, teñido de un alegre color rojo anaranjado.
Has sido muy afortunado a verlo, me explica Lindsay, porque sale solo en un momento, justo en el tiempo de las bodas. Luego, el día siguiente, se seca.
Monto todos los anillos distancia- dores disponibles, y fotografío, a medida doble del natural, sobre el capturador, es raro este » pezón «. Como muchos estigmas está pegajoso, y emana el mismo perfume dulzón de las flores macho.
Sobre una inflorescencia femenina, continúa Lindsay, en general no vienen a ser fecundadas más que 3-5 a lo máximo.
Y a diferencia de las otras palmeras, polinizadas por el viento, la Lodoicea maldivica adopta una estrategia mixta.
Por un lado, la producción exagerada de polen, y el hecho de que las plantas macho son más altas que las femeninas, hacen pensar a una polinización anemófila.
Pero por el otro lado, la imagen vistosa del estigma y de sus pequeñas flores, el abundante néctar, y el perfume dulzón, enseñan un evidente interés para el mundo animal. Mientras tomaba las fotos numerosos dípteros y abejas me zumbaban alrededor. Y hemos visto también algunos reptiles.
Por el día es fácil sorprender las salamanquesas verdes (Phelsuma sp.), intentando lamer el néctar que brota de la base de las anteras, o descansando, donde filtra el sol, embriagadas del perfume de las inflorescencias.
Y por la noche, es de ronda la más corpulenta Gego bronzeo (Ailuronyx trachygaster), con patas que parecen hechas expresamente para polinizar.
A los efectos de la propagación de la especie, se puede preguntar, para qué sirven frutos tan grandes y pesados.
Son redondos, y cuando caen desde 10-20 m. de altura, pueden rodar, como dice Lindsay, también a varios metros de distancia, especialmente si el terreno es escarpado, como en la floresta del Valle de Mai.
Pero el hecho de que acumulen kilos y kilos de reservas, para atravesar el océano, y colonizar nadando otras islas, es un verdadero “bolazo”. Si caen en mar, pesados como son, los frutos del Lodoicea maldivica se van en seguida al fondo, como una piedra.
Sólo alguna semilla, ya en parte descompuesta, puede tal vez flotar, pero no hará ciertamente mucho camino. Al contrario, la planta da prueba de una prudente previsión en la estrategia germinativa.
Tras, seis meses después de que el fruto haya caído, la corteza se deshace. De la fisura entre los dos lóbulos de la semilla, sale un extraño brote, también un poco fálico, con una punta engordada, como una lanza, que contiene la yema.
Puede introducirse enseguida en el subsuelo, como en la foto de aquí al lado, o serpentear también 10 m., rodeando los peñascos graníticos, hasta que encuentra un terreno fértil, y profundo al menos de 60 cm.
En este punto se para y se prende, también muy alejada de la semilla. Necesitará esperar un año, para que la primera hoja salga del suelo, y otros dos, para que al menos lleguen las reservas alimentarias que pacientemente, para siete años, mamá Coco fesse ha acumulado en la semilla.
El cordón umbilical desaparece, y la floresta tiene un nuevo árbol.
Además de la Lodoicea maldívica la floresta del Valle de Mai, custodia otras 6 especies de palmeras, igualmente primitivas, endémicas de las Seychelles.
La graciosa Nephrosperma vanhoutteanum , que veamos en la foto a la izquierda, junta a una joven Deckenia nobilis , lleva el simpático nombre criollo de Latannyen milpat. Mucho más pequeña que el Coco de mar, tiene las hojas subdivididas en innumerable «patitas», y produce algunos pequeños frutos rojos.
La joven Phoenicophorium borsigianum , Latannyen fey, reconocida en la foto a la derecha arriba, es la palmera más común de las Seychelles. Sus grandes hojas compactas, son tradicional- mente usadas para cubrir los techos.
La Verschaffeltia spléndi- da , en criollo Latannyen lat, crece cerca de los arroyos, en las zonas más húmedas del parque. Se reconoce enseguida, de adulta, por las grandiosas raíces exteriores, unidas en pirámide, casi para apuntalar el tronco. De jóvenes, las hojas son muy diferentes, redondeadas, y crean mágicos juegos de luces en el sotobosque.
Pero la perla rara del Valle de Mai es la Latannyen oban, la Roscheria melanochaetes .
Tiene un tronco muy sutil y pocas hojas profundamente divididas. La floresta cuenta con solo dos o tres ejemplares jóvenes, que escapan, dada la pequeña talla, al ojo presuroso de los turistas.
La Palmis (Deckenia nobilis), al revés, se hace en seguida notar para sus vistosos rizos amarillos, semejantes a gigantezcas vainas, que caen, no se sabe de donde, a lo largo de los senderos.
El árbol efectivamente, a primera vista no se ve, porque a menudo está sobre al arco del Coco fesse. Una espléndida palmera de 40 metros, con hojas muy elegantes, que ondean al viento.
Debajo de su juntura, dispuestos como una corona alrededor del tronco, están unos grandes estuches espinosos. Protegen a las jóvenes inflorescencias pendientes, y caen apena éstas se extienden. No se sabe bien para que cosa sirven. Tal vez, son una antigua defensa contra animales ya desaparecidos.
Por lo general, aparte de la Lodoicea maldivica , se nota que todas éstas palmeras endémicas, de jóvenes, tienen hojas y tallos espinosos. Probablemente para protegerles de la voracidad de las tortugas gigantes, que hace solo pocos siglos eran las dueñas indiscutibles de la isla.
Luego llegó el hombre. Y también la pobre Deckenia nobilis , deshecha de las espinas, está pasando sus aprietos, porque la yema es muy sabrosa, y ya ha recibido el apodo de » ensalada de los multimillonarios».
La misma floresta está en peligro.
Después de haber desafiado, en su espléndido aislamiento, los milenios, alrededor de 1930 fue adquirida por un ciudadano privado, para hacerse una casa de vacaciones, con árboles ornamentales exóticos y de frutos.
En 1948 fue recomprada por el Gobierno, en cuanto era necesaria para el proyecto de recolección de las aguas de Praslin, y declarada reserva natural en 1996. Pero ya el daño estaba hecho. La nuez moscada, la vainilla, y los filodendros habían invadido los lugares, por no hablar de las muchas palmeras tropicales, introducidas para crear una especie de huerto botánico.
Hoy la mayor parte ha sido removida. Pero muchas especies exóticas ya han dispersado sus semillas, y la lucha contra las epifitas es muy difícil. Los comunes filodendros, que en nuestra casa, sobreviven a duras penas, pegados a sus tutores musgosos, aquí crecen a vista de ojo, ahogando los troncos.
Y si se los arranca se queda, siempre un pedacito de raíz o una hoja, para arriba, entre las ramas, que vuelve a formar en breve toda la planta.
Existe luego el peligro de los incendios. Si se piensa que la casi totalidad del Coco de mar está concentrada en esta pequeña faja de tierra, el riesgo para la especie es muy alto.
En 1990 el fuego ya había devorado una gran parte de la floresta. Y no se pueden remover las hojas muertas que están en el suelo, porque la protegen de la desecación, reteniendo la humedad, y creando humus.
Alrededor de esta joya verde, se ha creado una tira corta de fuego con tala controlada, pero como para el resto del planeta, aquí se vive cada día sobre la hoja de la navaja.
– 2008 –