Se ha difundido entre estos animales una terrible infección, que entre otras cosas, deja estériles a las hembras. Mientras se trabaja en la búsqueda de una vacuna eficaz, el contagio se difunde. Emocionante el segundo nacimiento del koala que cuando sale de la bolsa y besa a su madre.
Con la esposa Giusy Mazza
Texto © Giuseppe Mazza
Traducción en español de Silvia Milanese
“¡Cuidado, quizás es una serpiente!, grito a Roberta, la estudiante de biología que me acompaña en el viaje.
Tomo mi la Hasselblad (mi cámara fotográfica) mientras algo se mueve a los pies de un gigantesco “Blackboy” (Xanthorrhoea sp.), la planta hierba centenaria que atrajo nuestra atención por las blancas inflorescencias cilíndricas de dos metros de largo.
Estamos en Australia, en las márgenes del Lamington National Park, no muy lejos de Brisbane, en Queensland, en un bosque de eucaliptus atravesado por los brillos curvados de una calle asfaltada que sube más allá de los 1.000 metros hacia el monte Tamborine. Siete años atrás era poco más que un sendero para mulas que entre pozos y saltos levaba a un pequeño refugio en el bosque pluvial. Hoy, por tramos, parece una avenida y el refugio se ha transformado en un alberge casi snob: precios cuadruplicados, habitaciones reservadas con meses de anticipación, ómnibus con leyendas de tours organizados y apurados turistas del otro lado del océano que llegan continuamente desde la capital.
Luego del paso del enésimo ómnibus ruidoso, notamos que nuestra “serpiente” está jadeando. Se ve pelo y pensamos en un conejo, que extrañamente, no escapa. Roberta me hace ver las mancha de sangre sobre la hierba y más allá, en el suelo, encontramos un koala (Phascolarctos cinereus) muriendo.
Está ciego, pero puede aún escucharnos: levanta con dificultad la cabeza como para mirarnos, y abre desmesuradamente un ojo sangrante que da impresión. El otro, desde hace tiempo, está cerrado y pegado por el pus. Se trata de Chlamydia, una enfermedad transformada en epidemia que ataca también al hombre. Sería un acto de piedad matarlo, pero ¿quién sería capaz de hacerlo? y luego de dejar sobre la calle un punto de referencia, buscamos la estación de guarda parques más cercana.
Está justo delante a nuestro alojamiento. Un gran espacio para el estacionamiento, robado al bosque, por supuesto, se ubica al frente de la nueva ala del ingreso, mientras numerosas camareras todas vestidas con uniformes, agasajan con exquisiteces a los turistas de la tercera edad.
El bosque, por suerte, parece ser el mismo si bien los inciertos senderos de otra época ya no son los mismos, tienen escalinatas, espacios para hacer asados y patéticos bancos de jardines públicos, todo defendido heroicamente de la humedad y de las plantas. Elegantes carteles que despertarían la envidia de los suizos, marcan las distancias y los paseos obligatorios: “laguito azul”, “cascada Morans”, Roca de las pitones” y hasta una paseo denominado “vuelta de los jubilados”.
Finalmente encontramos un guarda parques: que conduce a las turistas americanas que ofrecen dulces a los papagayos cremisi (Platycercys elegans) del bosque, y bebe a sorbos una taza de té entre eructos mal reprimidos luego de haber ingerido una comida demasiado abundante. “¿Koala muriendo de Chlamydia al costado de la ruta? Repite. “Si, si, sabemos que hay muchos” y nos aconseja correr a comer porque son casi las dos y corremos el riesgo de perder el turno.
“Vendré luego para que me expliquen el lugar en que se encuentra”, concluye asegurándose, pero no lo veremos más.
Roberta no habla, como yo, ella también tiene dificultad para tragar la comida. Descargamos los bultos y volvimos adonde se encontraba el koala, el que durante nuestra ausencia había muerto. El ojo sangrante se había cerrado para siempre, y una mancha de pus blanco, entre los pelos, indica el final de la enfermedad.
E día después estamos en la universidad de Brisbane con el Profesor Frank Carrick, responsable de un basto programa de investigación vinculada con la enfermedad que padecen los koalas. Nuestro relato no lo sorprende.
La degradación del medio ambiente, nos explica, es la causa principal de ésta enfermedad, la Chlamydia. Todas las epidemias que sufrieron los koalas tanto en 1890, 1920 como en el 1930 están estrechamente relacionadas con el “hábitat alienation” o dicho e otros términos: hábitat enloquecido: casas, calles, industrias y asentamientos humanos.
Los koalas son animales muy sensibles que soportan bastante bien los niveles de “stress agudos”, un perro que ladra debajo del árbol donde él se encuentra, por ejemplo, les es soportable, pero no los de tipo crónico: como por el ejemplo el continuo ir y venir, el gas de descarga de los vehículos, y rumor, bullicio, y tumulto del turismo de masa.
Pero entonces, lo interrumpo, ¿Cómo hacen para posar en los brazos de los turistas para las clásicas fotos de recuerdo?
Esos koalas son distintos, nacieron en cautiverio desde hace generaciones, y están habituados desde el nacimiento a la presencia del hombre. Consideran que es normal el manoseo y ya no se estresan más. Pero en la naturaleza, viviendo en total libertad, donde los koalas son frecuentemente portadores sanos deben mantener un continuo y difícil equilibrio con numerosos parásitos, es suficiente una cosa de nada para que mueran.
Pero, pregunto: “¿qué es exactamente esa enfermedad llamada Chlamydia ?”
No es un virus como muchos creen, es una bacteria pequeñísima la que como los virus pasa la mayor parte de su vida en las células del cuerpo que la aloja.
Existen dos especies: una es la Chlamydia trachomatis y la otra Chlamydia psittaci. La primera es típica del hombre, Clamidia y es de transmisión sexual y presente por lo menos una docena de inmuno tipos y provoca artritis, conjuntivitis y es la principal causa de esterilidad entre las mujeres. Por lo menos 500 millones de personas están afectadas, y sobre todo en Asia y África es el origen de numerosos casos de ceguera (Tracoma). Los animales son portadores de la Chlamydia psittaci que excepcionalmente puede contagiar al hombre.
Se trata de la famosa “psitacosis”, comento pensando en la enfermedad pulmonar que las personas se contagian de los papagayos y de los pichones y en general de los pájaros que están en cautiverio y en muy malas condiciones higiénicas.
Si, pero ataca también a los bovinos y a las ovejas provocando abortos y casos graves de artritis. Por lo menos dos variedades de psitacosis afectan los ojos y el aparato uro genital del koala.
Y ¿pueden infectar también al hombre?
Teóricamente si, pero no hay casos reportados. Yo manipulo continuamente animales enfermos y jamás me contagié de nada. Son parásitos extremadamente específicos, a tal punto, que aquellos que ciegan a los koalas no atacan sus vías genitales y aquellos que los hace estériles no afectan sus ojos.
Me muestra un mapa, con la difusión de la enfermedad en varios estados australianos. En realidad no existen poblaciones indemnes y como se profundiza el problema de la esterilidad es impresionante.
En un examen radiográfico hecho a 237 hembras adulta, el 43% son estériles, con picos, en algunas zonas, del 75% y del 100%. Un dato alarmante si se piensa a la extensión de las poblaciones actuales, después de los desastres realizados por el hombre en los primeros decenios del siglo, cuando en el mercado de Londres se vendían hasta llegar a la cifra de dos millones de pieles de koala en el año bajo el nombre de “chinchilla de Adelaida” o “castor de Australia”.
Pero ¿podrían extinguirse? -Pregunto preocupado- y ¿Cuántos son hoy los koalas existentes?
Por más que resulte increíble, continua el Profesor Frank Carrick, respecto de un animal tan popular como es el koala, que es el símbolo mismo de Australia, no se sabe aún casi nada.
Si usted me dice que hoy en toda Australia hay 10.000 koalas, le respondo que me parecen pocos, pero que probablemente tenga razón; si me dice que son 10.000.000 le diré que me parecen demasiados, pero que podría ser así. La cantidad, de todos modos, es en continuo y claro descenso.
¿Y no hacen nada?
El gobierno ha formado una comisión de investigación, en la que participo, para formular leyes útiles a la sobrevivencia de éste raro y único marsupial. Desde hace aproximadamente 8 años estamos realizando serios estudios sobre la consistencia numérica de todas las poblaciones sobre su propia estructura social, los movimientos, la alimentación y la Clamidia.
Muchas creencias del pasado fueron desmentidas desde lo hechos, por ejemplo: que los koalas no bebían, que no se movían jamás, que se nutrían exclusivamente de eucaliptus. Se ha descubierto que los machos jóvenes, lejos de pasar toda la vida sobre un árbol, pueden recorrer entre 10 y 20 km. Por éste motivo las reservas no deben ser de tamaño reducido y dispersas, como está sucediendo hoy; éstas deben ser más unidas y su tamaña el mayor posible.
¿Y la vacuna contra la Clamidia? -Pregunto nuevamente- dicen las voces que están trabajando en ello.
El Lone Pine Koala Sanctuary, continua diciendo, está trabajando en diversos experimentos en ésta búsqueda, útiles sobre todo para los animales en cautiverio. Pero debido a que ésta bacteria se presenta en modos y maneras diferentes, la búsqueda será larga e intensa. Por lo demás, no obstante los millones de dólares invertidos, no se ha logrado encontrar aún una vacuna ni siquiera para el hombre.
Y además, si bien esto fuese posible por los menos teóricamente, estoy en contra de una vacunación masiva de los animales en libertad.
El sistema inmunitario de los koalas es muy complejo: mientras en los otros mamíferos los anticuerpos se forman luego de dos semana, en los koalas ése proceso sucede a los 4 meses, y no se como reaccionarían a una vacuna.
Al final resultarían todos positivos, y no podríamos más comprender, de los controles sanguíneos, que grupos serían los infectados y cuales no.
Mejor pasar, por el momento, por la vía de los antibióticos. En el hombre son suficientes en general 3 o 4 semanas de vibramicina (doxycycline), en los koalas usamos tetraciclinas como la terramicina (oxytetracycline).
En un primer tiempo se pensaba que los antibióticos, al destruir las bacterias simbióticas que desintegran la celulosa, portarían prácticamente a los koalas a morir de hambre. Luego se descubrió que a diferencia de los canguros e de las ovejas, solo el 9% de la dieta está basada en la celulosa: obtienen la energía directamente de los carbohidratos, de las proteínas y de los lípidos presentes en las hojas. Las bacterias simbióticas, tienen importantes funciones anti toxicas, y parece que neutralicen muchos venenos que contiene el eucaliptus.
A los sujetos enfermos que nos traen desde varios parques nacionales, les hacemos una inyección de antibióticos por semana y además de las consabidas hojas de eucaliptus les damos un alimento integral, una “comida suplementaria” constituido por proteínas de soja y lípidos de fácil digestión para los niños, según una original fórmula ajustada por Tony Wood, veterinario del Lone Pine Koala Sanctuary. Por lo menos el 50% se salva.
En la tarde nos llegamos al Santuario para hacer una visita, es el centro más importante para la reproducción de los koalas en cautiverio. Nacido en el año 1927, fue lentamente aumentando la cantidad de animales y es hoy un gran parque zoológico de la fauna australiana.
Primero encontramos un perro lobo llevándose montado a un koala, hecho que hace gritar de alegría a un grupo de turistas japoneses, e luego a Pat Robertson, el dinámico, ocupadísimo administrador del Santuario. 200.000 visitantes por año, 85 koalas adultos y con 8 generaciones domesticas sobre sus hombros.
Como todos los marsupiales, los koalas llegan al mundo inmaduros, luego de 25 a 30 días de gestación. Pesan menos de 5 gramos, y guiados por el olfato se refugian por 5 meses en una especie de incubadora, un bolsillo con dos pezones. Pero como se abre por abajo y la abertura está escondida entre el pelo, y el pequeño, a diferencia de los canguros, entra y sale solo por pocos días es entonces muy difícil sorprenderlo en el momento que llega a la bolsa.
Fotografiar el segundo nacimiento de un Koala se transforma en una idea fija, y luego de varios traslados encontramos el sujeto justo.
Cada tanto del vientre de la madre aparece una patita, es la del pequeño que se alimenta chupando la leche y luego…entra.
Finalmente se presenta de cabeza: duerme tranquilo con el hocico y el ojo fuera de la bolsa. Luego de dos horas de relativa inmovilidad la madre cambia posición, y mientras temo de haber perdido una vez más la ocasión se decide a salir: parece “un osito” de solo 12 cm con dos grandes ojos castaños.
Tomo una foto seguida de otra, y vedo con incredulidad, por la mirilla, que el pequeño besa a su mamá.
Fotos que han dado la vuelta al mundo…un momento intenso, verdaderamente inolvidable para un periodista científico.
SCIENZA & VITA + NATURA OGGI + TERRE SAUVAGE + TELE LOISIRS + WAPITI + FIGARO MAGAZINE + FEMME ACTUELLE + otras publicaciones – 1987