Jardín botánico Peradeniya: gigantescas plantas exóticas

El jardín de los gigantes. El Royal Botanic Gardens de Peradeniya, en Sri Lanka, posee 4.640 tipos diferentes de plantas, que alcanzan a menudo dimensiones monstruosas con el clima tropical de la isla. 60 hectáreas y 600.000 visitantes al año. Un Ficus bejamina de 1.500 m2.

 

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Texto © Giuseppe Mazza

 

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Traducción en español de Viviana Spedaletti

 

60 hectáreas, más de 600.000 visitantes al año, prácticamente un inmenso invernadero en que las plantas de departamento más difíciles florecen y alcanzan dimensiones monstruosas.

Los orígenes del Royal Botanic Gardens de Peradeniya, una fracción 6 Km al sur de Kandy, en Sri Lanka, remontan a 1.371, la época del soberano cingalése Wickrema Bahu III.

Fue jardín real hasta principios del 1.800 y en el febrero de 1.822, con los ingleses, se convirtió en huerto botánico experimental, para probar, en el clima cálido-húmedo de Ceilán, cultivos rentables como la goma y las especias.

Pero su primer director, Alexander Moon, desarrolló enseguida también el lado botánico lanzándose a una gran obra sistemática: el “Catalogue of the Indigenous and Exotic Plants Growing in Ceilán” con la descripción, notable para aquellos tiempos, de hasta 1.127 plantas indígenas.

Hoy el jardín posee 4.640 “Taxa”, es decir tipos diferentes de plantas, entre especies botánicas y cultivar.

A la entrada sostienen que se lo puede visitar en una hora, en coche, y aconsejan medio día para quien va a pie, pero hace falta un día sólo para “aprender a no perderse” y en una semana apenas se ve todo.

Traspuesto el portón y la ruidosa barrera de vendedores de especias y collares, se tiene como la sensación de hacer una zambullida en el pasado, de estar de visita a una “anciana señora”, quizás un poco decaída, pero todavía rica en atractivo.

Carteles conmemorativos en la base de los troncos recuerdan que en 1.901 el Rey Giorgio V plantó con la Reina Mary el árbol de las balas de cañón (Couroupita guianensis), que en 1.891 el Zar de Rusia plantó un Árbol del hierro (Mesua ferrea) de madera dura, más pesado que el agua, o que Eduardo VII, en 1.875, donó un “Bo tree” (Ficus religiosa), la planta sagrada bajo la cual Buddha alcanzó la iluminación.

Algunos cingaleses se detienen en plegaria. Trato de no molestarlos y me percato que todo el jardín es como un gran templo al aire libre, un santuario verde en el cual el hombre aparece redimensionado por los gigantescos árboles seculares y por la compuesta armonía de las avenidas.

Cada planta, grande o pequeña, adquiere de por sí un valor, y casi parece un delito pisar las humildes flores de la sensitiva (Mimosa pudica) que asoman entre la hierba del gran prado inglés.

Filas de jardineros lo cortan sin parar, a mano, con ritmados golpes de hojas de palma. Una decorosa pobreza de la cual los turistas no ríen: observan admirados en silencio, casi en sumisión, y no se arriesgan a arrojar residuos o a hacer inscripciones “souvenir” en los árboles.

Los grandes anillos verdes de los Bambúes gigantes (Dendrocalamus giganteus), que en otro lado habrían atraído filas de grabadores, están increíblemente intactos.

Esta gramínea, de hasta 30 m de alto, es la más grande “hierba” existente y, en la estación de las lluvias, en junio-julio, crece a la increíble velocidad de 30 cm por día.

En Ceilán sirve para construir andamios, macetas y canalizaciones y, en tiempo de guerra, para hacer hablar a los prisioneros: son cruelmente atados sobre los brotes y traspasados lentamente, si no “cantan”, por los fustes en crecimiento.

Al centro del gran prado, delante del restaurante, brota, como una seta, un increíble Higo de Java, el bien conocido Ficus benjamina de nuestras casas.

Cubre, con sus ramas, casi 1.600 m2. A la sombra del inmenso paraguas, apuntalado alrededor por sólidos bambúes, no crece un hilo de hierba y las grandes raíces en relieve, que corren al suelo como serpientes, hacen de “banco” a varias parejas de enamorados.

En la cafetería un conductor cingalés come con las manos, según el uso local, mientras algunos turistas tratan de aliviar, con bebidas de colores, los 30° a la sombra y el calor abrasador del mediodía.

Espero pacientemente el usual arroz al curry y a la apertura del herbario, un edificio de dos pisos, estilo inglés, del otro lado del prado.

Posee una increíble colección de plantas exóticas: más de 50.000 “hojas” con ejemplares desecados de todas las especies de la isla. Son documentos preciosos, llenos de atractivo, de la época en que no existía la fotografía, con anotaciones hechas en tinta china por los botánicos ingleses.

En la era de las computadoras no ha cambiado mucho en Ceilán, las películas en colores, difíciles de revelar, todavía son un lujo, y bromeando sobre mis numerosas Hasselblad, me presentan al Sr. Premasuriya, la “cámara fotográfica viviente” del National Herbarium.

Reproduce fielmente, con lápices y acuarelas, los más complicados detalles y los colores de sus “fotografías” no temen al calor, la humedad y el desgaste del tiempo.

Descubro que tienen una rica colección de Hibiscus y de plantas medicinales, útiles para el corazón, el estómago y las heridas. De la Rauwolfia serpentina, un arbusto de la isla, se saca hasta un antídoto contra la mordedura de serpientes.

Pero en los ambientes botánicos el jardín es famoso por las orquídeas. Mientras el público hace fila para admirar los espectaculares híbridos de Vanda, Cattleya, Dendrobium, Oncidium y la célebre Orquídea verde (Coelogyne mayeriana), me muestran las rarezas en un pequeño invernadero cerrado con llave. Muchas especies están, en naturaleza, ya extinguidas.

Un ejecutivo me explica que en el clima tropical de Ceilán las plantas crecen muy de prisa y que la espina en la cadera del jardín es la manutención de los viejos árboles.
No tienen los utensilios necesarios y suplen, con elefantes y bueyes, la falta de grúas y tractores.

El dinero de la entrada va directamente al Estado y luego deben pedir por escrito y esperar por meses, como en todas las burocracias que se precien, para tener un insecticida urgente.

Recorremos las históricas avenidas de las Palmeras reales (Roystonea regia), de los Borassi (Borassus flabellifer) y de las Roystonea oleracea. Naturales de Panamá, fueron plantadas por los ingleses en 1.905 y superan hoy los 25 m. Encontramos un gigantesco Ébano (Diospyros ebenum), el Árbol de la manteca (Pentadesma butyracea) con los sus frutos en forma de pera, el Árbol de las salchichas (Kigelia africana) cargado de “calabacines” colgantes de 5 kg y el Jak (Artocarpus heterophyllus), afín al Árbol del pan que produce “moras” de 25-30 Kg.

Los Almendros de Java (Canarium commune) alcanzan los 40 m de altura, pero sorprenden sobre todo por las monstruosas raíces en relieve, en “aleta de tiburón”, altas como un hombre. En la sección dedicada a las especias hay de todo: la Pimienta (Piper nigrum), el Cardamomo (Elettaria cardamomum), la Pimienta de Jamaica (Pimenta dioica), los famosos Clavos de olor (Syzygium aromaticum) y la Canela (Cinnamomum zeylanicum).

Algunos arbolitos de Nuez moscada (Myristica fragrans), plantados en 1.840, llevan aún frutos.

Confieso a mi guía que busco en vano, desde hace algunos días, un majestuoso ejemplar de Ficus microcarpa, fotografiado hace 15 años en mi primera visita al jardín.

Recuerdo las increíbles raíces aéreas, parecidos a barbas enredadas, que bajaban de las ramas más grandes, hasta el suelo, para convertirse en columnas portantes. El “curator” sonríe y me explica que la planta está viva aún, pero que «algo» ha cambiado.

Más tarde lo reconoceré con dificultad: el tronco central, viejo centenares de años, ha muerto y no existe más, pero las raíces aéreas más grandes, las columnas, se han transformado en fustes y en lugar del viejo árbol crece hoy una exuberante selva de Ficus.

 

SCIENZA & VITA NUOVA  – 1988