Está en el Principado de Mónaco… el jardín de las maravillas. Historia y plantas del Jardin Exotique, declarado por la UNESCO “Patrimonio mundial de la humanidad”. 7.000 especies de plantas y 550.000 turistas al año. Para evitar marchiteces de las raíces, la mayor parte de los cactus crece en macetas excavadas en la roca.
Texto © Giuseppe Mazza
Traducción en español de Viviana Spedaletti
Los cactus más grandes de Europa crecen en Montecarlo, o mejor, en el Principado de Mónaco, porque, aunque la parte viene a menudo usada por el todo, Montecarlo es sólo el nombre de un barrio, el que hospeda el Casino.
Quitado un majestuoso Cereus peruvianus de la “Belle époque”, al centro de los famosos jardines frente a las salas de juego, los cactus gigantes, las majestuosas euforbias en candelabro, y los aloe arbóreos, están reunidos casi todos en el límite occidental del pequeño estado, en una rocalla a pico sobre el mar: el Jardin Exotique.
Apenas una hectárea, pero al menos el doble, en «superficie desarrollada», puesto que muchas plantas crecen sobre terrenos inclinados a 45°, y que el jardín se alarga al infinito, en puentes, escalinatas y pasarelas, que descienden, una sobre la otra, hacia el mar.
Una hectárea para paladares finos, para entendidos, con grutas naturales, importantes restos prehistóricos, y 7.000 especies de plantas; una hectárea recientemente declarada por la UNESCO «patrimonio mundial de la humanidad».
Como un ama de casa maníaca de flores, que dispone primero sus macetas sobre una terraza, las sujeta dentro y fuera de la barandilla, y luego las cuelga, una sobre la otra, a las persianas, así en la construcción del Jardin Exotique los Monegascos han explotado cada agarradero, cada nicho de la roca, para crear, entre terrazas y bóvedas, sacos de tierra escondidos que se armonizan tan bien en el paisaje hasta parecer verdaderos.
Las grandes, me explica Marcel Kroenlein, director del jardín desde hace 35 años, son por lo menos unos cincuenta, construidas de a poco, al principio del siglo, en 20 años de pacientes trabajos.
Tienen casi un metro de diámetro y dos de profundidad: en práctica son grandes macetas, con una capa de guijarros esponjosos sobre el fondo, y luego un compuesto de 1/3 de tierra de jardín, 1/3 de guijarro, 1/6 de tierra de hojas y 1/6 de abono.
Aunque las cactáceas y las suculentas generalmente, son plantas de una frugalidad legendaria, la tierra debe ser en efecto relativamente rica para permitirles el crecimiento, a lo mejor hasta 12 m de altura, en los años siguientes al plantado.
Algunos ejemplares no han sido removidos nunca desde la inauguración de 1933, y se limita, a fin del invierno, a alguna intervención desde lo alto, con fertilizante químicos; pero generalmente, cada 30 años, renovamos los envases.
Un trabajo «espinoso», de jardineros alpinistas, muy calificados, que obran a menudo en condiciones imposibles, colgados entre plantas imponentes, apiñadas una junto a la otra.
Pasado el primer mirador, inmediatamente después de la entrada, desde el cual se goza una vista de águila sobre todo el Principado hasta Córcega, en los días más límpidos, se choca en una selva de cactus columnares y a cañas de órgano (Cereus, Pachycereus, Stenocereus, Trichocereus, Marginatocereus, Oreocereus, Neobuxbaumia y Myrtillocactus) que se entrelazan, entre matorrales de áloe y agaves, con espectaculares euforbias en candelabro (Euphorbia erythraeae).
Rara convergencia evolutiva de plantas que han resuelto de modo análogo, en entornos diferentes (las euforbias y el áloe en África, y los cactus y los agaves en América) el problema de la supervivencia en los desiertos.
Hojas carnosas, como reserva de agua; hojas transformadas en espinas; fustes parecidos a hojas; fustes «en acordeón», que se hinchan de agua como esponjas y se entumecen en los períodos de sequía. Astucias maduradas en milenios de evolución, en tierras lejanas, por especies que ahora crecen, codo a codo, en Europa, en el fantástico microclima del Jardin Exotique.
2300-2400 horas de sol al año (6,5 al día), con apenas 818 mm de lluvia y una envidiable media invernal de 10,8 °C, a causa del mar, del Mont Agel (un macizo de 1148 m de altura a sólo 4,5 km de distancia hacia el este), y desde Tête de Chien (556 m, a sólo 1 km hacia el oeste), que reparan de los vientos al Principado.
Condiciones de por sí favorables a las plantas suculentas, a las que se suma el efecto de la pared rocosa, orientada a sudoeste, con un perfecto drenaje y una óptima insolación invernal. De día absorbe el calor y lo irradia, de noche, a las plantas circundantes, cuando la temperatura baja a niveles críticos.
Las cactáceas y las plantas suculentas, me confirma Marcel Kroenlein, generalmente también soportan temperaturas bajo cero. En mis viajes, sobre la Cordillera de los Andes, también las he recogido a 4800 m de altura pero el terreno debe ser seco y las heladas de breve duración. Con las excepcionales nevadas de 1985 y 1986 hemos perdido muchos ejemplares, sobre todo euforbias, pero ahora estamos muy organizados. En los períodos críticos seguimos paso a paso los informes meteorológicos y el personal siempre está listo a intervenir, día y noche, con paños protectores de plástico y a introducir, de ser necesario, aire caliente.
Pero generalmente en Montecarlo el mal tiempo dura poco, y en diciembre-enero los áloes ya están en flor. Desde mayo las opuntias (Opuntia spp.), los Lampranthus, las Portulacas e insólitas cactáceas con hoja (Pereskia) crean vivaces manchas de color. Los fustes espinosos se cubren de repente de cascadas de flores y hasta los feroces Asientos de las suegras (Echinocactus grusonii) se engalanan de luminosas flores amarillas, un poco dormilonas, que se abren hacia mediodía. Las increíbles corolas de la Consolea rubescens, un curioso higo de india de las Antillas, cambia madurando del amarillo al rojo. Perfectamente ambientada, esta cactácea forma increíbles bóvedas en las graderías y en los senderos del jardín.
De vez en cuando algún agave parece desafiar al cielo con gigantescas inflorescencias erguidas (Agave americana) o pendientes (Agave attenuata). Duran meses y luego, por el esfuerzo, la planta muere.
Pero las flores de muchas suculentas son efímeras, y sólo viven pocas horas. Las grandes corolas blancas de los Hylocereus, trepadas a las rocas, y de los gigantescos Cereus peruvianus, brotan por la noche y caen mustias a los primeros rayos del sol. Para verlas hace falta llegar muy temprano por la mañana, en cuanto abren las puertas, o dar una vuelta nocturna, después de las 23, con el Director o con el guarda.
13 jardineros y 32 empleados constituyen el equipo del Jardín. Cada día pasan en reseña todas las plantas, listos a intervenir si a algún hongo maligno, a algún moho, o a algún insecto se le ocurre molestarlas. Y un organizado equipo de guardianes les impide a los enamorados de «decorarla» con cariñosas incisiones, y a los «coleccionistas» de recoger «boutures souvenir» para llevar a casa.
Dichosas plantas monegascas, mimadas, miradas y fotografiadas, como vedettes por 550.000 turistas al año, con máximas de7.000 personas y 70 ómnibus por día; y dichoso el visitante número16.000.000 , que este verano, pagando la entrada, se verá ofrecer del Principado una hospitalidad de nabab.
También para el Jardin Exotique, septiembre es el mes de los frutos, a menudo comestibles: las grandes «manzanas» de los Cereus, los «higos» de los Opuntia o los Carpobrotus y gustosos «arándanos» de los Myrtillocactus.
Marcel me confiesa que ha intentado hacer de ellos mermeladas, y que también gustaron a Su Alteza Serenísima la Princesa Grace. Pero la mayor parte acaban en sobres, bien etiquetados, para el cambio de semillas entre jardines botánicos.
Los nuestros, comenta con un atisbo de orgullo, son rebuscados, porque provienen de plantas mucho más rústicas que las formas originarias, nacidas a menudo de más generaciones, en nuestros invernaderos.
Junto al jardín abierto al público, existe en efecto desde 1955, por iniciativa de Su Alteza Serenísima el Príncipe Rainier III y del Ayuntamiento de Mónaco, propietario de los terrenos, un Centro Botánico con más de 3000 m2 de invernaderos y marquesinas para las especies que invernan al aire libre. 20.000 macetas, con ricas colecciones de Mammillaria, Rebutia, Copiapoa, Echinocereus, Matucana, Lithops, Conophytum y muchas plantas raras, ya casi extinguidas en las tierras de origen.
Un «banco de genes» de enorme valor para los posibles descubrimientos farmacéuticos y científicos, a disposición de los estudiosos y los investigadores de todo el mundo.
GARDENIA – 1989