Un recorrido didáctico en medio del verde. Cerca de La Habana, en la isla de Cuba, existe un jardín botánico de 600 hectáreas y 35 km de senderos. Vasta colección de palmeras.
Texto © Giuseppe Mazza
Traducción en español de Viviana Spedaletti
600 hectáreas, 35 km de senderos, 3 laguitos, 4.100 m2 de invernaderos, 350 empleados, más de 4.000 especies botánicas, 180.000 plantas leñosas, 1.600 mm de lluvia al año, y un envidiable temperatura de 25ºC; son datos que hablan por sí solos por el último nacido de los grandes jardines botánicos tropicales: el Jardín Botánico Nacional de Cuba.
Su construcción, iniciada de cero en 1968 sobre un manto vegetal degradado, dedicado a pastoreo, 25 km al sur de La Habana, no está aún terminada al todo, pero abierto al público desde 1984, supera hoy los 200.000 visitantes al año.
Se traslada a pie o en pequeños vagones, tirados por folclóricos tractores rojos, perdidos más que Alicia en el país de las maravillas, entre las páginas de un inmenso atlas verde.
Los jardines botánicos modernos, comenta la directora, la doctora Angela Leiva, unen al indispensable rigor científico, exigencias recreativas y didácticas. Así es que hemos dedicado casi la mitad del jardín a la fitogeografía mundial, con zonas consagradas a Australia, Oceanía, Asia Sudoriental, India, África, Sudamérica, Centroamérica, Antillas y México, y 120 hectáreas a la fitogeografía cubana.
Aquí, con una rápida minimización con el zoom, la escala del atlas se hace realmente pequeña, para mostrar en los detalles los diferentes ambientes botánicos de la isla. La reconstrucción de las Maniguas Costeras, asociaciones de plantas xerófitas y suculentas, comparables a nuestra mancha mediterránea, requirió diez años de trabajo, 40.000 m3 de piedras calcáreas, unidas en 50-100 cm sobre una superficie de 4 hectáreas, y la extracción natural de más de 200 especies, de las cuales 87 endémicas; los Montes secos, sotos de las zonas áridas, muestran un centenar de especies, entre las cuales 24 endémicas, a menudo útiles en las actividades humanas; las Sabanas de Júcaro y Palma cana recrea un paisaje herboso y chato, con palmeritas, característico de los mal drenados interiores costeros; en el Monte semi caduco despuntan los grandes árboles indígenas, ricos de bromeliáceas y orquídeas epífitas; la Vegetación de Mogotes, curiosos monolitos calcáreos cubanos, altos hasta centenares de metros, ofrecen un rico muestrario de especies endémicas; y los Pinares, típicos pinos de ambientes ácidos, han sido recreados a la perfección, en el terreno básico del parque, con el recurso de una especial forma ecológica de Pinus cubensis, descubierta y recogida en un terreno calcáreo, y gran empleo del Pinus caribaea, más tolerante en cultivo.
Pero la obra más grandiosa, me explica la doctora Angela Leiva, es por cierto la Vegetación sobre Serpentinas, un ambiente ecológico del todo particular, que aloja casi el 14% de los endemismos cubanos.
Para realizarlo, sobre la superficie de 1 hectárea, se ha debido quitar 80-100 cm de terreno y reemplazarlo con 12.000 m3 de serpentinita, una roca ultra básica, llegada de lejos sobre centenares de camiones. Costes enormes, para no hablar del trasplante de más de 200 especies, con la extracción, en el área serpenteante de Canasí, de un millar de palmeras y matorrales.
Se descubren así, en esta zona, especies realmente únicas como el Guao (Comocladia dentata), un Anacardiácea de zumo tan cáustico, que a algunas personas, particularmente sensibles, basta con sentarse a su sombra, sin tocarla, para padecer serias inflamaciones cutáneas. Planta no por cierto atractiva y concurrida, pero que se está revelando preciosa en la cura del herpes.
Esto debería hacer reflexionar también a los «no botánicos», sobre la importancia de preservar, en todo el mundo, aunque no sea por egoístas provechos terapéuticos, también plantas en apariencia inútiles o insignificantes. Con cada especie que muere se pierde en efecto, para siempre, un patrimonio inmenso: el fruto de milenios de evolución, quizás el remedio para enfermedades hoy incurables o imprevisibles.
La conservación de las especies endémicas en peligro y su multiplicación para reintroducirlas en entornos degradados, semi destruidos por las actividades coloniales y neocoloniales, continúa la Doctora Angela Leiva, es, con la educación, uno de nuestros principales objetivos.
Me enseña con orgullo un inmenso vivero y el laboratorio, en cuyo se reproduce con éxito, in vitro, el raro Microcycas calocoma de Pinar del Río. Parecido a primera vista a una palmita, es en realidad un auténtico «fósil viviente», que no se reproduce por semillas, sino por huevos. Pertenece a los Cicadáceas, un grupo de gimnospermas antiquísimas, hoy casi extinguidas, que miraban, en el Mesozoico, a los ojos a los dinosaurios.
A las plantas útiles al hombre, y a aquellas prehistóricas, están dedicadas dos amplias zonas del jardín, pero la atención del visitante va sobre todo al enorme Palmetum, uno de los más ricos del mundo. Con más de 150 especies de palmeras, de las cuales 40 cubanas, constituye un jardín en el jardín, y vale por sí solo un viaje a La Habana. Aunque algunos ejemplares son jóvenes, y harán falta veinte años para que alcancen el característico porte adulto, se ha sorprendido por la elegancia y la enorme variabilidad de estas plantas monocefálicas, poco conocidas en nuestros climas.
A mitad de camino entre las hierbas y los árboles, las palmeras presentan en efecto una sola frágil gema sobre la cima, y no pueden arriesgar las heladas, porque perdiendo la cabeza, perderían como nosotros la vida.
Se descubre así la Palmera botella (Mascarena lagenicaulis = Hyophorbe lagenicaulis), del insólito tronco hinchado como un odre; la rara Palmera de abrigo de Cuba (Copernicia macroglossa) que reviste púdica el fuste, casi hasta los pies, con las hojas muertas; la Gastrococos crispa = Acrocomia crispa y la Bactris edulis hirsutos, como cactus, de espinas; la Palmera cola de pez (Caryota urens) con frutos urticantes y hojas de indescriptible belleza; la majestuosa Palmera real de Cuba (Roystonea regia) y la elegante Palmera de Navidad de las Filipinas (Veitchia merrillii = Adonidia merrillii) de los frutos escarlatas entre los que asoman, en un ridículo contraste, pequeñas iguanas verdes (Anolis sp.).
Importante para los objetivos educativos, el área Ecológica-Didáctica exhibe, con ejemplos concretos, la relación entre las plantas y el entorno, en función de la luz, del agua y del suelo; y realmente única en su género, la Zona Sistemática se descubre en el suelo en el diseño del más grande «árbol genealógico» de las plantas de flor.
Un «fresco» de senderos y caminos, de casi 1 km de largo, para mostrar la evolución y los descubrimientos de las grandes civilizaciones vegetales. La Cordia alba, un gracioso arbolito cubierto de flores, resulta así pariente del Nomeolvides; el matorral de los Sombreros chinos (Holmskioldia sanguinea) pertenece a la misma familia de la verbena; la Megaskepasma erythrochlamys, del nombre no menos extraño de las flores, es prima del acanto; la Bixa orellana, de los frutos espinosos y bermejos, el representante único de una insólita familia con un solo género; y la Mussaenda philippica, con cándidas hojas dispuestas a modo de pétalos junto a una pequeña corola estrellada, nos recuerda el histórico momento en que, para seducir a los polinizadores, las hojas inventaron las flores.
Tres inmensos invernaderos abiertos al público parecen a primera vista absurdos en el caliente mundo de los trópicos, pero sirven para crear la aridez del desierto, para una muy rica colección de cactus y húmedas selvas pluviales con cascadas, arroyos, ninfeas y helechos arbóreos de elegantes diseños, en los cuales se pierde la fantasía de los visitantes más atentos.
Las flores de las Heliconia, pendientes o erguidos, sorprenden por las extrañas estructuras zigzagueantes, pero el parque ofrece curiosidades botánicas para todos los gustos: desde los frutos de la Crescentia alata se sacan las maracas, los bien conocidos instrumentos musicales del Caribe; las flores de los Haemanthus coccineus aparecen encendidas, como setas, de la desnuda tierra; el Árbol de las velas (Parmentiera edulis = Parmentiera aculeata) más dotado que una tienda de comestibles, expone su mercancía sobre las ramas; y entre las hierbas del parque como una violeta, puede florecer una leguminosa irreverente, la Clitoria rubiginosa, de nombre y forma evocadores de la anatomía femenina.
Un ruidoso grupo de alumnos descansa a la sombra del Árbol de los Tulipanes de fuego (Spathodea campanulata), y si los jóvenes Baobabs dan ternura a quien ha viajado, por las dimensiones irrisorias, los grandes Árboles de las salchichas (Kigelia pinnata = Kigelia africana), ya adultos, mecen orgullosos al viento sus extraños frutos.
SCIENZA & VITA NUOVA – 1991