Vistosos, seductores. 30.000 formas de jardín. Todo sobre las variedades y el cultivo de estas plantas. Creadas también en Costa Azul.
Texto © Giuseppe Mazza
Traducción en español de Viviana Spedaletti
Iris, un lindo nombre. Hace pensar en el cambiante color de los ojos, en el arco-iris, en el chal de la diosa griega que se desplegaba en el cielo del Olimpo. Un puente hacia los hombres, un mensaje de primavera, pero un mensaje en femenino: la flor de las mujeres. Seducción, engaño, magia, ilusión.
Los espléndidos colores de los iris, me explica Pierre-Christian Anfosso, genial productor de híbridos de la Costa Azul, son a menudo inexistentes, nacen de un efecto óptico, por la luz que se refracta en la estructura cristalina de las corolas.
Y como en las escenas teatrales, la ilusión de una gran flor se confía a pocos elementos bien dispuestos: tres vistosos sépalos hacia abajo, las “alas”, y tres pétalos superiores que lo hacen parecer más importante, más alto, como la mitra de los obispos o el sombrero de los grandes cocineros.
Pétalos y sépalos para los botánicos, codificados elementos de valoración para los jueces de competencia que en los concursos de belleza valoran minuciosamente la forma, la inclinación y el color, como en las mejores competencias caninas.
Al centro de la flor, sobre cada lado, el estilo es también petaloide, de aspecto insólito, seductor, casi sensual. El órgano femenino de los iris tiene un borde elástico, curvado sobre el camino que lleva al néctar, y la abeja entrando, con el dorso cargado de polen, recibe un lindo cepillado y no puede hacer más que fecundarlo.
Luego, más abajo, los estambres le confiarán una nueva labor, pero esta vez, a la salida, la flor la dejará pasar sin molestias. Para evitar la autofecundación, el iris ha inventado, a su modo, antes que el hombre, una especie de “válvula elástica”.
¿Y las barbas? ¿Para qué sirven? Extrañas estructuras entre animal y vegetal, indican probablemente, como las vistosas manchas y las líneas convergentes, el “camino hacia el néctar”.
Y además sirven a los botánicos para realizar una fácil distinción en un género con más de 200 especies y 30.000 cultivos: Iris sin barba (sección Apogon) por una parte, e Iris barbados (sección Pogoniris, ambos del griego «pogon» = barba) por la otra.
Se habla también de Iris crestados, conocidos en Italia como Iris japonica, una especie de media sombra con una extraña cresta sobre el ala, y de Iris bulbosos, bien representados por los Iris xiphium de los floristas, clásica materia prima de las ikebanas de primavera.
Sacando estos últimos, todos los otros tienen rizoma: un órgano de reserva para tiempos difíciles que permite a los iris espectaculares disparos florales, a los perfumistas recrear la delicada fragancia de la violeta, a los lactantes toscanos crecer los dientes (“mordisco” para colgar del cuello), y a los jardineros multiplicarlos fácilmente.
Además de los citados precedentemente Iris japonica e I. xiphium, el Iris pseudacorus, el pequeño Iris unguicularis, los elegantes Iris spuria e I. sibirica, y los recientes híbridos de California y Luisiana de floración tardía, los Iris de jardín son casi todos barbados, híbridos del Iris germanica.
Se diferencian en altos, con varas de 60-120 cm y floración en abril-mayo, enanos (los «pumila» de los catálogos), con varas de apenas 5-6 cm y floración en marzo-abril, e intermedios, nacidos a menudo de la cruza de los dos, de floración intermedia.
A este último grupo pertenecen casi todas las variedades que reflorecen, que florecen además en otoño.
Fáciles de cultivar, los iris barbados no requieren de cuidados especiales, pero al menos un mínimo de atención para dar el máximo.
Antes que nada el terreno. Antes se consideraban mejores los calcáreos, luego aquellos un poco ácidos. En realidad van todos bien, a condición de que estén bien drenados, con un pH comprendido entre 5 y 8,5.
La lluvia debe correr, y en Toscana, donde el Iris germanica se cultiva a gran escala, para la esencia, desde la época victoriana (1000-12000 quintales al año de rizomas cortados en fetas, el iris negro, o pelados enteros, el iris blanco), los campos son casi siempre en pendiente.
Cuando el suelo es duro, es necesario colocar alrededor de los rizomas un poco de arena mezclada con tierra de hojas y elevar los canteros 15-20 cm, con un cordón de piedras. Debajo, a 30-35 cm de profundidad, rocas, piedras y cascotes mejorarán luego el drenaje.
Además el terreno debe ser fértil: inicialmente los iris crecen muy bien en cualquier parte pero a partir del segundo año, sin un adecuado abono, el resultado es decepcionante.
Cada verano los rizomas se duplican, a expensas del terreno, con el tiempo las matas se hacen demasiado tupidas y las flores ralas y pequeñas. Aunque los iris son especies perennes, si no nos conformamos con las hojas, cada 3-5 años es necesario comenzar de cero, programando la distancia entre las matas y el abono según la duración prevista.
El abono, bien maduro, no debe estar en contacto con los rizomas, fácil presa de marchitez, sino permanecer a la altura de las raíces en los años siguientes a la plantación, cuando serán posibles sólo intervenciones desde arriba.
Y esto sin exceder porque el prevalecer de las sustancias nitrogenadas sobre los fosfatos, favorece el crecimiento de las hojas en desmedro de las flores. Se pueden usar también viejos compuestos, obtenidos de la fermentación de los descartes (yuyos, hojas secas, residuos de cocina, abono), integrados con fertilizantes completos, ricos en fósforo.
Las viejas plantas se sacan en julio, a casi un mes de la floración, y los rizomas, bien lavados, se dividen con una cuchilla, espolvoreando el tallo con polvo de azufre o de carbón de leña. A menudo se ubican inmediatamente en un terreno diferente pero pueden esperar también hasta setiembre, en cajas llenas de arena.
Es bueno usar sólo las partes externas, más vigorosas, a menos que se trate de variedades raras, para multiplicar al máximo. En este caso se pueden reciclar también los viejos pedazos, pero raramente florecerán en la primavera siguiente.
La distancia entre los rizomas es en general de 50 cm para los grandes, 30 para los intermedios y 20 para los enanos. Luego de haber humedecido el terreno, enriquecido por lo menos un mes con el abono maduro, se excavan unos hoyos de 15-20 cm, agregando, como aconsejan los abuelos, un puñado de harina de hueso y uno de ceniza de leña. Pero van bien también los abonos compuestos de bajo tenor de nitrógeno.
Mezclado todo, se prepara al centro un pequeño montículo de tierra sin abono y allí se acomoda el rizoma, orientado hacia el norte, con las raíces bien abiertas a los lados. Deberá aflorar y recibir, lo más posible, los calientes rayos del sol. Como las bellas turistas estivales, los iris aman broncearse todo el día.
Luego de plantados, la tierra alrededor se compacta para eliminar el aire, a menudo causa de marchitez, y mojada a fondo por un par de días. Será suficiente tenerla húmeda por 2-3 semanas, hasta que las hojas comiencen a crecer y luego, salvo excepcionales sequías, los iris barbados no tienen más necesidad de riegos.
Las varas sin flores se quitan, desprendiéndolas en la base, y cada otoño es necesario sacar los yuyos que sofocan las raíces, quitando también todo el material seco y marchitado. Una buena remoción de la tierra, con un puñado por mata de abono rico en fósforo, nos darán una espléndida floración primaveral.
Luego del esfuerzo de mayo las especies que reflorecen deben reposar y se despertarán hacia “ferragosto” con moderados riegos y fertilizantes líquidos. La floración otoñal puede ocurrir, según la variedad, desde setiembre a diciembre, y si se quiere que sea rica y abundante, es mejor quitar alguna vara en primavera.
Los pomposos híbridos de Oncocyclus y Regelia, de corolas exóticas, llenas de manchas y de fascinación, se distinguen rápidamente de los otros barbados por la forma redondeada de la flor.
Florecen rápidamente, en marzo-abril, y luego reposan. Necesitan un drenaje perfecto y de un largo seco verano caluroso, como en Medio Oriente, el país de sus antepasados. Donde llueve es mejor sacar los rizomas del terreno luego de la floración, apenas las hojas amarillean, y conservarlos hasta setiembre en arena seca. O bien se pueden cultivar en maceta, al reparo de un balcón o un alero.
Hibridar los iris por hobby no es difícil. Elegidos los padres, se efectúa a menudo la polinización cruzada (algunas variedades son estériles como padre o madre), llevando con un pincel, o mejor con una tirita de papel, el polen de cada uno sobre el estilo del otro.
Los frutos, de las cápsulas, emplean 2-3 meses para madurar, y si el verano es lluvioso, para evitar que las semillas se marchiten, conviene a menudo cortar las varas y colocarlas en casa, en botellas con agua ligeramente azucarada o un producto nutritivo. Madurarán en seco, abriéndose elegantemente sobre los lados.
Setiembre es el mejor mes para las siembras. Se efectúan en cajas de madera, altas 15-20 cm, llenas de tierra fértil y blanda. Las semillas, bien separadas, se colocan a 1 cm de profundidad. Luego se riega y se espera… hasta 3 años. Muchos híbridos, especialmente los Oncocyclus, tienen dificultad en germinar, y algunos aconsejan exponer la caja en hielo.
Otro método consiste en colocar las semillas, apenas recogidas, en cajitas, apretadas una junto a la otra, como sardinas, entre estratos de 2-3 cm de arena o turba húmeda.
Se conservan en la heladera todo el invierno, a 8-10 ºC, y plantadas en primavera. Las probabilidades de éxito casi se cuadruplican.
GARDENIA – 1989
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