Iguanas, agamas y camaleones: rarezas de estos saurios

 

jpg_iguana1.jpg

jpg_iguana2.jpg

jpg_iguana3.jpg

jpg_iguana4.jpg

PEPPINO.gif
Texto © Giuseppe Mazza

 

SILVIA-2.gif
Traducción en español de Silvia Milanese

 

Aparecen agigantadas y con mala fama por los films de horror, las iguanas, los agámidos y los camaleones evocan a primer golpe de vista a monstruos prehistóricos, pero no son, como se podría pensar, parientes próximos de los dinosaurios.

Pertenecen a un grupo muy diferente, a las iguanas, que nacidas en el período jurásico, cuenta hoy con aproximadamente 700 especies de iguanas (Iguanidae), 200 agámidos (Agamidae) y 90 camaleones (Chamaeleonidae). Un tercio más o menos de los saurios, más de un sexto de los reptiles.

Recientes estudios morfofuncionales de fósiles, han efectivamente evidenciado que animales enormes como los dinosaurios, con capacidad de cumplir rápidas aceleraciones, debían por la fuerza ser homeotermos, en los reptiles esto es de “sangre caliente”, más parecidos a un ave (suficiente con observar a un pollo desplumado, para descubrir un pequeño dinosaurio vistas las escamas en las patas) que a un saurio.

Cuando al fin del período cretáceo misteriosamente se extinguieron los iguanoformes, que ya tenían representantes en el período jurásico, entonces los espacios ecológicos dejados libres fueron rápidamente ocupados por: los iguanoides en las zonas cálidas de América, los agámidos partieron de Indonesia, aquellos del viejo mundo y Australia, y los camaleones nacidos de los agámidos, a la India, Arabia, la cuenca del Mediterráneo y África toda.

Hoy los territorios de las iguanas y de los agámidos son netamente separados, y el hecho que encontremos iguanas en Madagascar, y no en África, nos hace pensar en una larga lucha, vencida finalmente por los agámidos, por la posesión de ésta tierra.

El único lugar en el cual los dos grupos conviven, al margen occidental y oriental son las Islas Fiji donde una bellísima iguana vegetariana, la Brachylophus fasciatus, comparte los árboles de la jungla con un agámido carnívoro de igual tamaño, el Gonocephalus godeffroyi.

Tanto una como la otra tienen el cuerpo trazado con líneas claras y en el conjunto se parecen, como además muchos representantes de los dos grupos que, viviendo en lugares lejísimos pero similares, han frecuentemente tenido evoluciones convergentes.

Todos reconocen a primera vista un camaleón, con su cuerpo aplanado lateralmente, con sus ojos independientes y la larga lengua viscosa que le permite, sin moverse, capturar los insectos entre las ramas, pero ¿cuál es la diferencia entre un agámido y una iguana?

Los dos grupos hacen gala de yelmos, crestas, espinas y son hábiles transformistas con capacidad de cambiar tanto de forma como de color. La diferencia sutil, está solo en los dientes, que en los agámidos (y por lo tanto también en los camaleones) están implantados en la parte superior de la mandíbula por anquilosis, es decir por un tejido para dentario (dentadura/implantación acrodonta) y en las iguanas sobre el margen interno en dos niveles para más resistencia (dentadura pleurodonta).

Las dimensiones varían mucho, desde los 10 cm aproximadamente de la Uta stansburiana (una variedad de lagarto) común de las zonas áridas de los Estados Unidos occidentales, hasta llegar a los 2 metros de la Iguana de los tubérculos o Iguana verde (Iguana iguana) común de la zona de Américo centro meridional. A pesar del tamaño, tengamos en cuenta que los 2/3 corresponden a la cola, se traslada ágilmente sobre los árboles de los espesos bosques pluviales, también a 20 metros del suelo. La majestuosa cresta dorsal de los machos puede alcanzar los 8 cm de alto, y mientras los adultos se alimentan prevalentemente de hojas, flores y frutos, los más jóvenes prefieren ir a la caza de pequeñas presas.

La carne de estas iguanas es óptima y en los alrededores de Santa María, en Columbia, cada año, entre diciembre y febrero, se matan a miles, sin daños aparente a la población que se recompone rápidamente debido a la fecundidad de las hembras.

Ponen aproximadamente 30 huevos por estación (excepcionalmente 70), y al año de vida los pequeños superan el metro de largo. Si las iguanas se siente obligadas a defenderse se defienden a “latigazos” dando con golpes de la cola, que son tan fuertes que ponen fuera de combate a un perro, pero en general prefieren darse a la fuga. Sólo cuando se sienten amenazadas por un halcón no huyen, sabiendo que de cualquier modo no tendrían escapatoria, se endurecen y se hacen las muertas, con la panza al aire, con la esperanza de ser descartadas por el noble pájaro como si fuese carne vieja y en estado de putrefacción.

Para capturarlas en muchas localidades los indígenas aprovechan este comportamiento y juegan el mismo rol de las aves rapaces, como hemos dicho del halcón, pero también las iguanas tienen su parte de astucia. Cuando a la mañana salen aún adormecidas de las largas galerías subterráneas donde han pasado la noche, se ponen al sol sobre los árboles o a lo largo de los ríos, donde dormitan con un ojo abierto, rápidas para sumergirse bajo el agua al menor indicio de peligro.

De manera análoga se comportan algunos grandes agámidos de Nueva Guinea, como el Physignathus lesueurii, el Hydrosaurus amboinensis y los célebres Basiliscus de centro América lo que por sus llamativos yelmos y crestas, toman el nombre de la legendaria cruza entre una serpiente y un gallo, capaz de matar con la mirada, que era representado en la antigüedad con cresta y corona.

Estas iguanas no sólo se arrojan al agua, sino que también tienen la habilidad de correr sobre la superficie sobre sus patas posteriores, sin hundirse, y a esto lo hacen por centenares de metros, aprovechan la velocidad de los movimientos e las grandes membranas dérmicas de los dedos. Pueden desde una rama, desde la tierra o inclusive emerger y correr velozmente sobre la superficie del agua para escapar de sus seguidores acuáticos.

Muchas iguanas y agámidos son con respecto a los demás, óptimos nadadores y no por casualidad el grupo cuenta con el único saurio marino, el Amblyrhynchus cristatus de las Islas Galápagos que alimentándose de algas, hace varias inmersiones de rutina diarias. Su aspecto grotesco y arcaico, nos hace pensar en tiempos muy remotos, como la monstruosa iguana rinoceronte de Haití (Cyclura cornuta) con tres llamativos bulbos córneos sobre las fosas nasales

Pero es sobre todo en los inguanoformes de pequeño y mediano tamaño que se exaltan las capacidades del horror y las dotes teatrales de estos saurios.

El Corytophanes cristatus, un pariente centro americano de los basiliscos, tiene un modo propio para prevenir convertirse en la cena de las serpientes. Levanta la cresta e infla el pliegue gular de piel (a la altura de la garganta) doblando las dimensiones de la cabeza. Con la misma finalidad en Australia el Chlamydosaurus kingii, un agámido de 26 cm más 50 cm de cola, abre desmesuradamente la boca y despliega a manera de abanico, una llamativa duplicación cutánea alrededor del cuello, que alcanza en los adultos el diámetro de 30 cm.

Siempre en Australia el Amphibolurus barbatus muestra los dientes inflando, bajo la garganta, una vistosa bolsa de agudas escamas amontonadas, y en el Norte de África, entre Senegal y Egipto, el Uromastyx acanthinurus ostenta una cola maciza y espinosa.

El Phrynosoma solare de Arizona, es aún más audaz: no se limita a la amenazas visibles, pero contrae los párpados y desde sus ojos lanza contra su adversario sutiles chorros de sangre.

Comparte las rocas del desierto con el tosco y repugnante Sauromalus obesus y con la Iguana más llamativa, el Lagarto de collar (Crotaphytus collaris), que aguanta, con mil astucias, temperaturas de alrededor de 45° C, letales para la mayor parte de los reptiles.

Como muchos iguanoformes los machos poseen territorios personales, abiertos solo a la hembras y a las crías, que defienden con “duelos simulados” (se realizan a la distancia) mostrando sus colores más brillantes.

Similar es el comportamiento en África central, de los lagartos arco iris o lagartos de fuego, Agama común (Agama agama) se encuentran primero en escaramuzas cromáticas y luego, si esto no es suficiente, se colocan paralelamente, con la cabeza en dirección opuesta y combaten con golpes de la cola.

Los rápidos y variados cambios de color, como en los camaleones, dependen de particulares células, los cromatóforos, que distribuyendo los pigmentos en la superficie o concentrándolos en el interior de la célula, hacen más colorido un tinte que otro.

Contrariamente a cuanto se cree, las mutaciones cromáticas dependerían más del ambiente (temperatura y luz) y del estado de ánimo (temor, agresividad, excitación sexual) que de exigencias miméticas.

Maestros en este arte no lo son ni los agámidos ni los camaleones, pero si algunas pequeñas iguanas norteamericanas del género Anolis, que pasan increíblemente en pocos segundos del color verde al marrón.

 

 SCIENZA & VITA NUOVA – 1989