Plantas «feministas» provenientes de Australia. El órgano femenino de la flor deflora a los masculinos, y en su lugar ofrece el polen. Inflorescencias similares a puntillas, cepillos de dientes o explosiones pirotécnicas. 250 especies y numerosos híbridos.
Texto © Giuseppe Mazza
Traducción en español de Viviana Spedaletti
Las flores no son otra cosa que los órganos sexuales de las plantas.
Reúnen a menudo en una única estructura los elementos masculinos (estambres con anteras cargadas de polen) y los femeninos (ovario con estilo y estigma). Alrededor los pétalos, libres o unidos, forman la corola, a la cual corresponde la tarea de seducir a los polinizadores, haciendo publicidad del néctar con colores vivaces y formas extrañas.
Cuando la corola falta o es insignificante, las flores que no confían del viento para el transporte del polen, tienen dos posibilidades para atraer la atención de los insectos: emanar un perfume intenso (como la vid) a publicidad de su néctar, o resaltar al máximo, agrandándolo, lo que queda de la flor, es decir el sexo específicamente.
Ya hemos visto el eucalipto y las mimosas, que exhiben, sin el mínimo pudor, sólo los estambres: los multiplican en exceso y no satisfechos aún los unen en inflorescencias espectaculares. Un verdadero triunfo machista.
Las hembras de las flores son en general más reservadas y mantienen los óvulos encerrados en casa, en el ovario, a la espera de que llegue su príncipe azul: el polen. Para acogerlo sacan el estilo, una especie de antena televisiva que sube desde el ovario y se abre con un estigma en forma de esfera o con unos bigotes, justamente como una antena que se precie.
Pero la naturaleza no ama los esquemas fijos, y mucho antes de las recientes reivindicaciones femeninas, ha pensado que si una “flor machista”, toda estambres, era bastante bella para atraer a los insectos, podía hacer lo mismo también una “flor feminista”, toda estilos.
La tarea de llevar adelante este “discurso”, ha tocado sobre todo a la gran familia de las proteáceas, y los grupos que mayormente se han destacado han sido en Sudáfrica las Leucospermum y en Australia las grevilleas.
Como un arquitecto que ha tenido una intuición feliz, y la adapta satisfecho, con pequeñas modificaciones, a los gustos de la clientela, así, luego de haber elegido resaltar los estilos, la naturaleza ha recreado en las grevilleas todas las variantes posibles.
La inflorescencia puede presentarse erecta (Grevillea gordoniana, Grevillea prostrata o Grevillea buxifolia) o colgante (Grevillea dielsiana), en forma cilíndrica (Grevillea banksii o Grevillea sessilis), en abanico (Grevillea wilsonii) o desarrollarse en un solo lado (Grevillea hookeriana o Grevillea pritzelii) como un cepillo de dientes.
Cuando está en pimpollo, el perianto a cuatro lóbulos con las anteras, típico de las proteáceas, aprisiona a menudo a los estilos y los pliega en arco, blocándoles el estigma, en estructuras de increíble elegancia. Fantasiosas puntillas, en las cuales se divisa, desde la parte baja hacia el ápice, la evolución en el tiempo de las flores.
También el mecanismo de la polinización está entre los más extraños. Los estilos frotan los estigmas, la cima de la “antena televisiva”, en las anteras de su misma flor, cuando éste aún cerrado, pero el polen ya maduro. Es el momento de la “danza de los arcos”, en el que las “muchachas”, plegadas en arco, empujan en las paredes de los periantos. Finalmente las laceran y salen con los estigmas amarillos de polen.
¿Autofecondación? ¿Incesto?
No, porque nuestras “feministas”, aún sacando las “antenas”, no están aún receptivas, no han encendido, en sustancia, el «televisor», que mantienen debajo, en el ovario. El “programa” genético de su flor no les interesa y prefieren esperar otras “emisiones”.
Se yerguen prepotentes, como machitos, y ofrecen el polen de los hermanos a los insectos.
Luego, cuando éste se ha acabado, maduran, y como todas las “muchachas” del mundo de las flores, encienden su “televisor” y esperan.
El estigma se torna pegajoso, receptivo, y el polen proveniente de otras inflorescencias alcanza el ovario con un patrimonio genético diferente. La naturaleza tiene terror de la consanguinidad y hace de todo para evitarla.
Al contrario, una vez encendido el “televisor”, las grevilleas son muy abiertas también a “redes” lejanas de la de ellas, y además de 250 especies, cuentan hoy innumerables híbridos.
A los naturales se han agregado, recientemente, los de cultivo, que se forman espontáneamente en los jardines.
En Porinda, en el estado de Victoria, un apasionado coleccionista de grevilleas se ha hecho famoso, a su pesar, por haber creado unas bellísimas nuevas formas, de paternidad incierta (este es el riesgo de los amores libres), bautizadas luego como «Porinda Hybr.»
Hoy, en toda Australia, muchos floricultores se están ocupando y el potencial hortícola de estas plantas es enorme.
Los botánicos más rigurosos protestan por la confusión: los híbridos son raramente registrados, y recomiendan, para no comprometer la pureza de la especie, reproducirlos sólo por esqueje o por semillas recogidas naturalmente.
Las cruzas en jardín son inevitables, pero en compensación está la alegría de la sorpresa, de crear algo nuevo.
Y no sólo en las flores: grandes árboles (Grevillea robusta), pero sobre todo arbolitos y arbustos, las grevilleas también son bellas por las hojas, y las de algunos híbridos recientes, profundamente tallados, hacen ahora competencia a los helechos y a los arces.
Las flores presentan todas las posibles tonalidades de malva, rojo, anaranjado y amarillo, a menudo combinadas entre ellas, pero no faltan inflorescencias completamente blancas (Grevillea leucopteris) o negras (Grevillea pritzelii).
En un clima mediterráneo como el nuestro, muchas grevilleas podrían cultivarse al aire libre y algunas ya comienzan a encontrarse en los viveros.
La Grevillea robusta se ha naturalizado a lo largo de las costas de África del Norte, y aunque entre nosotros lamentablemente florece raramente, es bastante frecuente en los parques de la Riviera.
Más rústica, la Grevillea rosmarinifolia alegra desde hace años, con sus florcitas rojas, los jardines de Monte Carlo.
Cada especie tiene sus exigencias particulares. En general se puede decir que estas plantas necesitan terrenos arenosos, aman los suelos arcillosos; y todas, como la mayor parte de las proteáceas, no soportan los fertilizantes a base de fósforo.
Las semillas aladas, una o dos por fruto, se recogen antes de que éstos se abran, liberándolas al viento.
Para germinar requieren a menudo algún minuto de ablande en agua caliente, y se esparcen, en otoño o primavera, sobre un compuesto arenoso y flojo, regado por capilaridad o rociado varias veces al día.
El mejor período para los esquejes es al final del verano. Las raíces, favorecidas por un tratamiento hormonal, crecen rápidamente abundantes, y para no romperlas al momento del transplante, cada ramita debe tener su maceta.
Salvo pocas especies de media sombra, las grevilleas aman el pleno sol y los lugares bien ventilados. La humedad, más que el frío, es a menudo el obstáculo para la difusión de estas plantas en nuestros climas, pero en el Jardín Botánico de Canberra están injertando con éxito las especies más difíciles sobre pies de Grevillea robusta.
Además de los insectos estas extrañas “feministas” ahora han seducido también a los hombres, y su aventura hortícola está sólo en los inicios.
GARDENIA -1988
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