Los ancestros de los geranios provienen de Sudáfrica. Historia de estas plantas que durante tres siglos de cultivo han creado un número impresionante de híbridos. Las formas originales, llamadas “botánicas”, están actualmente de moda en los cálidos climas mediterráneos.
Texto © Giuseppe Mazza
Traducción en español de Fabian J. Alvarez
¿A qué se debe el gran éxito de los geranios?
Las rosas han sido cultivadas hace milenios, los geranios sólo hace 3 siglos, pero en la práctica no tienen rivales en las terrazas y balcones.
Rústicos, resistentes al sol feroz aun cuando nos olvidamos de regarlos, se contentan con un poco de tierra, y desbordan de las barandas de los balcones en cascadas espectaculares y abundantísimas floraciones, casi sin interrupción. Crecen fácil y rápidamente.
Probad de cortar una ramita y enterrarla en una mezcla de turba y arena húmeda: prosperará rápida y vigorosa, reproduciendo exactamente las mismas características del padre. Así, si de casualidad en su inmensa población hortícola, nace un Einstein, una Brigitte Bardot o una Carmen Russo, basta hacer esquejes, y en breve uno se torna mil, y mil un millón: la venta estacional de un gran productor de geranios.
Y si por una mutación feliz en los pétalos rojos aparecen extrañas rayas blancas, en el término de algunos años la mitad de los balcones rebalsará de rayas blancas y rojas, porque el hombre ama la novedad, y los geranios, además de transformar a amas de casa y bancarios en floricultores de éxito, satisfacen rápido y a bajo costo su exigencia de lo “distinto”.
Por cierto casi todas las plantas se reproducen por esquejes, es un privilegio del mundo verde que la mayor parte de los animales ha perdido, con la clorofila, hace millones de años, pero los geranios enraizan sin problema en 2-3 semanas, y un mes después están ya con flores por abrir en las bancas de los floristas.
ara dar aquellos milagros de belleza y fantasía de los que son capaces, las orquídeas exóticas requieren un invernadero cálido y cuidados infinitos; los geranios dan todo prontamente, aun a los principiantes; y explotando hábilmente sus fantasiosos genes, los profesionales, han obtenido increíbles flores dobles, similares a rosas, y pétalos gigantescos, multicolores, que recuerdan a las azaleas.
Los cultivares presentes en el mercado, me explica el Prof. J. J. Van Der Walt, la máxima autoridad en el tema, presentan, muchas veces entremezclados, los caracteres de al menos 20 geranios botánicos.
Pero estos, en Italia, son casi inencontrables: los orígenes se esconden, como siempre, en los inicios, y para conocer la estirpe principal de nuestro geranio doméstico, hace falta ir a Sudáfrica, a la provincia del Cabo.
Aquí se descubre un clima casi mediterráneo, y alcanzados por una marea de geranios con flores y hojas extrañas, muy diferentes de los cultivares a los que estamos habituados, en seguida nos preguntamos estupefactos porque no crecen también en donde vivimos.
El motivo, me explica Van Der Walt, en su oficina de la Universidad de Stellenbosch, la más antigua de Sudáfrica, es, increíblemente, sólo histórico; y se lanza con celo botánico a una larga y tempestuosísima «Pelargonium Story».
Cuando, hacia el 1600, el primer geranio llegó a Europa no fue precisamente para ser coronado rey de los balcones.
El ejemplar recogido por una nave inglesa que había hecho escala en la Table Bay para aprovisionarse de agua y víveres, era en realidad muy modesto. Tenía hojas similares a las zanahorias, y pétalos delgados, color crema, que perfumaban sólo por la noche.
Volviendo de las Indias, el capitán los había embarcado sólo por sus grandes tubérculos, “patatas” con pulpa roja, de 30 cm de largo y 10 de ancho, usadas con éxito por los indígenas contra la diarrea.
Una especie con tales características no podía más que llamarse, como luego sucedió, Pelargonium triste, pero en la época los botánicos no distinguían todavía los Geranium de los Pelargonium, y dado que probablemente los tubérculos habían acabado en el cesto de las plantas indias, lo bautizaron sin dudarlo Geranium indicum odoratum.
Pasaron 50 años, y cuando la Compañía de las Indias Holandesas decidió ocupar el Cabo de Buena Esperanza e implantar una base logística en el camino a las Indias, los contactos con Sudáfrica se tornaron más frecuentes. Con los mercaderes se embarcaba también algún naturalista, y uno de estos, Paul Hermann, entró triunfante a Holanda, en 1672, con un bellísimo geranio “de flor”.
Lo había recogido cerca de Cape Town, a lo largo de las pendientes de la Table Mountain, donde formaba ramos altos hasta de 2 m, y densas inflorescencias rosa-púrpuras. Lo llamaron “cucullatum”, por las hojas, plegadas hacia el interior, similares a capuchas, y era el antepasado de los actuales geranios de pensamiento (Pelargonium macranthum) de grandes flores coloreadas, similares a las azaleas.
Algunos años más tarde, de la costa sudeste de la provincia del Cabo, se sumó también el geranio de hojas de hiedra (Pelargonium peltatum), el especialista en cascadas de nuestros balcones, y al principio del 1700, al menos una veintena de especies ya habían sido introducidas en Europa.
Se continuaba llamándoles Geranium, como nuestros geranios del campo o de montaña, y sólo en 1789, el botánico francés Charles-Louis L’Héritier de Brutelle, tuvo la buena idea de ponerlos en un género aparte, el Pelargonium, visto que, a diferencia de sus “parientes pobres” europeos, tenían pétalos desiguales y un pequeño tubo nectarífero escondido.
Pero ya entonces el apelativo de “geranio” había entrado en el uso corriente, y muy pocos autores hablan hoy, valientemente, de “pelargonios”.
Así, hasta nueva orden, la familia de las Geraniaceae cuenta con 5 géneros, con nombres la mayoría de las veces tomados prestados a los pájaros, por la forma de los frutos, secos y puntiagudos, similares a largos picos.
Los Geranium (del griego géranos = grulla) son los más numerosos, con casi 400 especies herbáceas típicas de las regiones templadas y frías.
Luego vienen los Pelargonium (de pelargós= cigüeña) con 200-250 especies sudafricanas y algunos raros representantes en África tropical, Siria, Australia y algunas islas del Océano Indico, y los Erodium (de erodios = garza) con alrededor de sesenta especies distribuidas en el hemisferio norte.
Los géneros menos ricos son el Monsonia, con 40 especies de África subtropical y de la India, y el Sarcocaulon, que cuenta apenas con 15 especies suculentas sudafricanas, llamadas “Velas de los Bosquimanos” por los troncos tan impregnados de resina que pueden ser utilizados como antorchas.
Pero retornemos a nuestros geranios botánicos, que llegaban a Europa por el mar.
Los ejemplares recogidos en Sudáfrica, continúa Van der Walt, acababan casi siempre en Holanda e Inglaterra, donde por motivos climáticos, debían ser mantenidos en invernadero. Las plantas de las regiones áridas morían, casi inmediatamente, por exceso de humedad, y absurdamente, en países mediterráneos donde hubiesen podido crecer en forma excelente aun a la intemperie, solo llegaron los híbridos de las pocas especies sobrevivientes.
Estos, en breve, han saturado la plaza, y dado que por instinto el ambiente de los floricultores es un poco conservador, nadie ha pensado jamás en introducir otros.
Faltan a la llamada todos los geranios precoces, de crecimiento invernal, que en verano caen en letargo y se pueden por lo tanto abandonar tranquilamente sin agua, en los balcones más abrasadores, en el momento de partir de vacaciones.
En una fantástica gira por el Namaqualand, hasta el límite con Namibia, Van Der Walt me muestra todas las astucias de las que estas plantas son capaces para vivir en regiones áridas, en el límite de los desiertos. Especies que se contentan con el rocío, especies que crecen rápido, con cualquier milímetro de lluvia, disfrutando de la escasa evaporación invernal y luego desaparecen abandonando en el suelo una enorme cantidad de semillas confiadas a débiles y complicados mecanismos higroscópicos; especies con troncos suculentos, hojas reducidísimas, o tubérculos que duermen meses y meses bajo tierra, eludiendo el verano.
Es el caso de Pelargonium magenteum, que explota a fines del invierno, entre las rocas y las euforbias del Biedouw Valley, con millares de increíbles pétalos rosa-magenta, manchados de negro, o del Pelargonium incrassatum, cubierto de ramilletes púrpuras de 20-40 flores que no temen ciertamente la confrontación con los más sofisticados híbridos europeos.
Sus hojas seríceas, pinnadolobadas y pinnadopartidas, de elegantes reflejos plateados, caen luego de la floración, y en el verano la planta, literalmente, desaparece.
En Namibia, a lo largo de la costa, las lluvias son todavía más escasas. Llegan con dificultad a 100 mm, pero del mar llegan las densas nieblas de la corriente fría del Benguela, y los geranios han puesto a punto diversos métodos para disfrutarla.
El graciosísimo Pelargonium sibthorpiifolium, similar, en el conjunto, a las bien conocidas violetas africanas, crece a ras de tierra, donde las pequeñas hojas carnosas absorben más fácilmente la condensación. Sus estomas, las minúsculas “bocas” con las cuales las plantas capturan el anhídrido carbónico y pierden agua, no están como habitualmente sobre la parte superior de las hojas, sino sobre la otra, casi en contacto con el suelo, donde es menor la evaporación.
Muchas especies, como el Pelargonium sericifolium y el paniculatum, tienen hojas recortadísimas, o directamente reducidas a las nervaduras, para contener al máximo las pérdidas hídricas y condensar el rocío de la mañana.
Y cuando el agua no acaba en un tubérculo, es almacenada en grandes troncos suculentos, como en el Pelargonium crithmifolium, cortusifolium o klinghardtense.
El increíble Pelargonium praemorsum usa otra estrategia: crece siempre al reparo de grandes rocas y recoge pacientemente, poco a poco, con raíces ramificadas y larguísimas, el rocío que gotea de las paredes. Tiene hojas minúsculas, pero troncos altos hasta de 1 m, para poner bien en evidencia sus grandes flores, similares a mariposas. Aquí la típica diferencia entre los pétalos de los Pelargonium es llevada al extremo: a aquellos superiores, enormes, con rayas color púrpura , les espera la misión de atraer a los insectos, y los tres inferiores, frecuentemente reducidos a dos, parecen insignificantes en comparación.
Otro maestro de supervivencia en los desiertos, el Pelargonium spinosum, adopta una técnica totalmente propia. Presenta, a primera vista, hojas absurdas, demasiado grandes para un clima árido, pero que tienen pecíolos largos. Cuando llega el verano las láminas foliares caen y los pecíolos, siempre prendidos al tronco, endurecen, transformándose en espinas largas hasta de 11 cm. Como en muchas cactáceas, condensan la humedad del aire, haciéndola caer, gota a gota, en la base de la planta, y la protegen de la voracidad de los herbívoros.
Pero para defenderse, la mayor parte de los geranios prefiere más que las armas blancas, la guerra química.
Las hojas del Pelargonium citronellum, que hallaremos a lo largo de la costa oriental, emanan, por ejemplo, un intenso aroma a limón. En la época victoriana daban sabor al tradicional té inglés de las cinco, mientras el Pelargonium capitatum perfumaba de rosa los budines y el tomentosum confería a los almíbares un inconfundible gusto a menta.
No se trata, me explica Van der Walt, de perfumes para atraer los insectos (los pronubos, moscas con una larga probosis, son seducidos por el néctar y el diseño convergente de los pétalos), sino de repelentes, que se liberan sobre todo cuando la hoja es tocada.
Algunas especies imitan los cítricos, otros las rosas, las fresas, los pinos, los eucaliptos, la menta o la lavanda. No es de sorprenderse que la industria de los perfumes haya mirado a estos geranios como a una importante materia prima. En la isla de Mauricio cultivan hace años un híbrido particularmente feliz, de aroma muy intenso. Me han llamado para consultarme acerca de sus progenitores, y luego de haber analizado el aceite esencial y los cromosomas, hemos concluido con un colega que se trata de un híbrido de radens y capitatum.
Pero hoy los geranios son también objeto de investigaciones farmacológicas, y de las raíces del reniforme, vendrá quizá un importante remedio contra la tuberculosis.
Avanzando hacia el este, a lo largo del Océano Indico, las lluvias aumentan y se hacen progresivamente estivales. Luego del Pelargonium cucullatum, que crece como una divisoria de aguas entre ambos climas, hallamos especies como el peltatum (con una distribución amplísima del sudeste de la provincia del Cabo al norte del Transvaal), el inquinans y el zonale mucho más tolerantes de la humedad.
El Pelargonium papilionaceum crece directamente en los arroyos, con los pies en el agua, y no faltan, también a lo largo de la costa índica, especies insólitas y espectaculares como el Pelargonium tricolor de flores blancas, rojas y negras, similares a violetas, o el Pelargonium bowkeri que coquetea continuamente con los insectos, batiendo al viento los cilios de sus increíbles pétalos desflecados.
Con un poco de paciencia, partiendo de las semillas, casi todos estos geranios pueden tener un futuro Mediterráneo.
Necesitan mucho sol, terrenos bien drenados y riegos modulados según el área de origen. Las especies occidentales, con crecimiento invernal, requieren pulverización cotidiana, del fin del invierno hasta la floración, y un terreno ligero, acidificado con arena de cuarzo; los orientales, de crecimiento estival, un suelo más consistente y riegos más abundantes, en verano, como los híbridos comunes de balcón.
Los geranios, me recomienda ahora Van der Walt, temen más a la humedad que al frío. Y aun si por lo general requieren temperaturas elevadas toleran, por breves períodos, si el terreno está seco, hasta valores bajísimos de temperatura.
En el Huerto Botánico Coblenza, que alberga la más rica colección europea de geranios botánicos, una noche, por un incidente, el termómetro descendió a -15 °C, pero no se perdió ninguna planta. Un estancamiento de agua, al contrario, puede matar en pocos días, aun en verano, a la especie más resistente.
GARDENIA + SCIENZA & VITA + NATURA OGGI – 1989
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