Historia de los cítricos, propiedades medicinales y alimentarias. Cultivo en maceta de los cítricos.
Texto © Giuseppe Mazza
Traducción en español de Viviana Spedaletti
Rayos de sol en pleno invierno, cuando la naturaleza parece apagada alrededor, los frutos de los cítricos llegan a nuestra mesa ricos de vitaminas C, A, B1, B2, P, azúcares, calcio, hierro, potasio, fósforo y magnesio.
Naranjas, mandarinas, limones, pomelos y cidros, para no hablar de variedades e híbridos, antiguos y modernos, que resaltan las ya extraordinarias virtudes de estos frutos.
Para los botánicos son todas bayas, y reciben el nombre de «hesperidio», en memoria del mito griego que vio en las naranjas las «manzanas de oro» del jardín de las Hespérides.
Exteriormente el “epicarpio”, una vistosa cáscara llena de pequeñas depresiones ricas en aceite esencial balsámico, que arde estallando en un fulgor cuando se acerca a una llama; luego el “mesocarpio”, una capa blanca esponjosa, amarga e indigesta, que es mejor quitar si se quiere utilizar la cáscara; finalmente el “endocarpio”, formado por una película transparente que contiene generalmente de 5 a 12 gajos, llenos de innumerables células alargadas, llenas de jugo, apetitosa recompensa para quien propagará las semillas.
Plantas a menudo naturalizadas en el clima mediterráneo, pero que no forman parte de nuestra flora autóctona.
¿Cuándo llegaron a Italia? Teniendo en cuenta un mosaico de Pompeya, los antiguos romanos conocían ya diferentes cítricos, cultivados en sus jardines para adorno y las virtudes medicinales, pero las opiniones sobre los tiempos y las especies no concuerdan del todo.
El primero en llegar fue casi con seguridad el Cidro (Citrus medica), un arbolito de 3-4 m del cual hablan el griego Teofrasto, Virgilio y Plinio. Era llamado mala medica, es decir “manzana proveniente de la Media”, antigua región del Asia Menor, y el nombre latino, que inmediatamente hace pensar en la medicina, no tiene por lo tanto ningún nexo con sus presuntas virtudes, bastante cambiante, por otra parte, en las diversas civilizaciones.
Para griegos y romanos el jugo era una panacea contra la rabia y los achaques de la vejez; en el medioevo se usaba en cambio la cáscara, considerada útil en los trastornos biliares; pero luego en el tardo renacimiento los médicos se ponen de acuerdo secretamente y juzgan como nocivo a todo el fruto.
Si no curaba el cuerpo, el Cidro curaba de todos modos el alma.
Para los hebreos era una planta litúrgica, presente aún hoy cada año en la “fiesta de los Tabernáculos”; mientras una variedad digitada (Citrus medica var. sarcodactylis) casi sin pulpa, con el fruto dividido en sectores similares a los dedos de una mano, es ofrecida en todo el Oriente a las divinidades para perfumar las pagodas.
La cáscara, dulce y compacta, constituye el 60-70% del fruto, y es la parte más usada por la industria. Sirve para preparar confituras y mermeladas, y con el jugo en la preparación de bebidas y jarabes.
Aunque para algunos el limonero (Citrus limon) fue descubierto por los romanos en Asia Menor durante las campañas de guerra contra Alejandro Magno, sabemos con certeza de un tratado árabe, luego traducido en latín, que era cultivado en Europa alrededor del 1200.
Originario de India, se difundió en Persia, Siria y Palestina, mientras en la otra orilla crecía vigoroso en Indonesia y en China.
En rechazo de estos largos viajes, un nombre internacional del todo similar en lenguas lejanas: Ta-limum y Sta-limum en chino, Laimum en árabe y Limu en indonesio. Y no podía ser de otra manera para unos frutos que curaban en pocos días del escorbuto, ricos en vitamina C y vitamina P (llamada también citrina o rutina) con una destacada acción antihemorrágica y cicatrizante, para no hablar de las virtudes digestivas y de las desinfectantes y aromatizantes en los alimentos, en lugar del vinagre.
En Italia el cultivo de este arbolito de 3-5 m se difundió rápidamente. Al sur en plena tierra, y al norte, donde el clima es más rígido, en macetas a reparo en invierno en lugares llamados “limoneras”. Y hoy nuestra producción es aún una de las más importantes del mundo.
Para el naranjo, cuyo nombre derivaría del vocablo árabe narangi, del persa nâgarang’a, “agradable a los elefantes”, o quizás para otros etimologistas del latín aureum, en referencia a los frutos amarillo-dorados, el discurso es análogo, pero es necesario distinguir entre el Naranjo amargo (Citrus aurantium), originario de la parte meridional del Himalaya, y el Naranjo dulce (Citrus sinensis), originario de la China, muy similar en el aspecto, pero de gusto dulzón.
El primero fue descubierto por los romanos en Asia Menor en la época de Alejandro Magno, mientras éste llega a Europa solo a comienzos del XVI siglo, llevado por Vasco da Gama de regreso de la India.
Un árbol alto 9 m, con un fruto precioso, de sabor agradable, que encontró inmediatamente un enorme éxito, y ostenta hoy una producción anual de 10-12 millones de toneladas, e innumerables variedades “blancas” y “sangre”, para gloria de la mesa y la industria del jugo de fruta más difundido en el mundo.
El Citrus aurantium, de menor talla, con espinas más consistentes, presenta en general un mayor número de semillas. Cultivado en Riviera a lo largo de las calles como ornamental, tiene una muy limitada producción.
La pulpa, muy ácida, no es comestible, pero de la cáscara amarga se sacan mermeladas, fruta confitada, bitter y licores.
Sus flores, muy perfumadas, dan el precioso “aceite de Neroli”, que forma parte de la composición del agua de Colonia, mientras de las hojas, especialmente aromáticas, se obtiene el “petit-grain”, de variado empleo en perfumería.
El Quinoto (Citrus aurantium var. myrtifolia) y el Bergamoto (Citrus aurantium ssp. bergamia) son respectivamente una variedad y una subespecie del Naranjo amargo.
El primero, no supera los 3 m de altura, conocido también como Suntara o Naranjo de hojas de mirto, se reconoce rápidamente por las láminas foliares pequeñas, verde oscuro, muy brillantes, y por la intensa fragancia de las flores, carnosas y brillantes, como porcelana, enriquecidas por vistosos flecos de estambres amarillos.
Los frutos similares a mandarinas en India son considerados amuletos y colocados en la ropa de cama de los enfermos o de quien debe hacer un viaje, teniendo además un discreto poder desodorante y desinfectante.
La producción italiana, prescindiendo de los usos ornamentales en maceta, se concentra en el sur, y es importante para las industrias de bebidas, licores, confitados y cosméticos.
El Bergamoto, que toma el nombre de Berga, la ciudad española donde hace tiempo existían grandes cultivos, tienen en cambio el aspecto de un naranjo.
Sus frutos no son comestibles, pero de la cáscara, de un hermoso amarillo claro, se extrae la esencia homónima de los perfumistas, y apreciados confitados de intenso sabor, un poco amargo, muy agradable.
No pocos cítricos son de reciente introducción.
El pomelo (Citrus maxima), un árbol de 10-12 m originario del sudeste asiático, hasta la Polinesia, parece haber desembarcado en las costas de Florida hace sólo un par de siglos, para difundirse luego en Nord-África, Israel en primer término, y en muchas regiones mediterráneas.
Los frutos, que pueden superar los 15 cm de diámetro, tienen buenas propiedades calmantes de la sed, y por la riqueza de vitaminas detentan un lugar de honor en el desayuno americano.
El curioso nombre inglés Grapefruit, es decir “fruto a racimo”, deriva del hecho que, no obstante la mole, los hesperidios de muchas variedades son sostenidos por racimos de 4-12 y también más elementos.
Recientemente se ha descubierto por casualidad, usándolo como aromatizante de un medicamento, que el jugo de Pomelo favorece la asimilación de muchos principios activos, que aparecen luego de 3-5 veces más concentrados en la sangre.
Y cuando los expertos logren aislar este misterioso “catalizador”, muchos fármacos, destruidos por la digestión, y eficaces sólo por vía intramuscular, podrán ser ingeridos por boca.
También el Mandarino (Citrus reticulata), un arbolito de 5-8 m originario de las Filipinas y de Asia sudoriental, está entre los últimos cítricos llegados.
Llamado aún hoy “Arancio maltese” por los ingleses, llega efectivamente a Europa desde Malta recién en 1828; y su nombre no deriva de los “mandarines”, célebres dignatarios chinos, sino de “mandara”, el modo en que eran llamados estos frutos en la Isla de Bourbon (hoy Isla de la Reunión), la importante escala marítima sobre la ruta a las Indias, que fue una etapa fundamental de su largo viaje de acercamiento a Europa.
Además del consumo directo, es importante para la industria de los confitados y de los licores, y también el aroma inconfundible de su cáscara se ha abierto camino en el mundo de los perfumes y de los cosméticos.
Ostenta muchas variedades famosas como la Clementina, nacido de la hibridación con Naranjo amargo; el Mandaranjo, nacido del matrimonio con el Naranjo dulce, que se llamaTangelos si el naranjo es una cierta variedad marroquí, y Tangerine si deriva de un naranjo de Jaffa; y el Jambiris, nacido del casamiento con el limonero.
El Mandarino ornamental (Citrus mitis), originario de las Filipinas, es en cambio una especie emparentada con el Kumquat o Naranja enana, vendida con éstos en Navidad como “planta de departamento” por los alegres frutos de 3-4 cm, que combinan con los arreglos de la temporada.
Los Kumquat por su parte son dos: el Marumi Kumquat (Fortunella japonica), originario del sur de China y de Indochina, de casi 1 m de altura, con flores blancas y frutos de 3 cm casi redondos; y el Nagami Kumquat (Fortunella margarita), espontaneo en la región de Cantón, de casi 4 m de altura, con pétalos marfil y frutos ovalados de casi 2 cm de grosor.
El nombre del género deriva del botánico escocés Robert Fortune, que llevó oficialmente a Europa algunos ejemplares en 1846. Las flores son muy perfumadas, las hojas aromáticas, y los frutos, sabrosos y digestivos, se comen enteros con cáscara.
Los Kumquat han sido hibridados con éxito con la Lima (Citrus aurantiifolia), un cítrico de casa en los países cálidos entre el limonero y el naranjo, con frutos amarillo-verdosos de 3-6 cm; y no lejos de Ventimiglia, en el Jardín de los Cítricos del Palacio de Carnolès de la ciudad de Mentone, en Francia, junto a estos extraños “Kumquat” color limón, es posible admirar una rica colección de híbridos, entre los cuales el Citrus x paradisi, nacido del Pomelo y del Naranjo dulce, el “Lipo”, nacido de un Limonero y de un Pomelo, y el “Lice”, hijo de un limonero y de un Cidro.
Injertos aparte, que pueden lograr que una planta, sobre diferentes ramas, tenga también siete especies diferentes, las posibilidades de hibridación de los cítricos son prácticamente infinitas, y bien lo sabían los jardineros de las villas mediceas en Toscana que a finales del ‘600 tenían, como resulta de las pinturas de Bartolomeo Bimbi, comisionados por el gran duque Cosme III, 112 variedades cultivadas en maceta.
En aquél entonces, como hoy, el hombre estaba en la desenfrenada búsqueda de lo exótico y de lo “extraño”, y auténticas deformidades eran mostradas con orgullo, como bufones, en los salones de los poderosos.
Pero muchas formas, que se creían obra de hibridaciones e injertos ingeniosos, eran en realidad el resultado imprevisto de ataques virales, o la obra del ácaro de las maravillas (Aceria sheldonii), un insecto que succiona las yemas, creando frutos monstruosos, como los limones con cuernos o digitados, de extrañas protuberancias en forma de garra.
COMO SE CULTIVAN
Debido a que tienen un aparato radical reducido, fino y superficial, todos los cítricos se adaptan fácilmente al cultivo en maceta; y hoy, gracias a los injertos sobre los limoneros para cercos, que empequeñece a menudo a los huéspedes, y aprovecha plenamente cada centímetro de tierra con sus muy delgadas raíces, los enormes recipientes de antes, grandes cajas de madera transportadas con asas movibles por 4 hombres, son generalmente reemplazadas por macetas más livianas de terracota de borde grande, decorados con relieves y festones.
El sustrato debe ser flojo y poco calcáreo, rico de sustancias orgánicas; el drenaje perfecto. Conviene por lo tanto colocar en el fondo de las macetas una capa gruesa de arcilla expandida en grandes pedazos, seguido por una pequeña capa de arena de río y abono viejo, bien descompuesto y algunas semillas de lupino hervidas, para terminar con la tierra universal de los jardines. Los cítricos son todos ávidos de nitrógeno, y especialmente en los cultivos en maceta, será necesario suministrarles, varias veces al año, fertilizantes orgánicos como la sangre de buey liofilizada, o la “cornunghia”, un apreciado compuesto molido en escamas de cuernos y pezuñas bovinas para agregar ligeramente al suelo.
Y para prevenir el amarilleo de las hojas ligado a la falta de hierro, se puede agregar, de tanto en tanto, alguna pizca de “Sequestrene”, un polvo soluble que en el primer riego se transforma en un charco color sangre, inmediatamente absorbido por el terreno.
Los cítricos se transplantan generalmente cada 2-3 años, en contenedores adecuados al crecimiento.
Pero cuando alcanzan el tamaño límite, es necesario conformarse con sacar la planta con el pan de tierra seco y reducir el terrón a los lados, para agregar tierra fresca rica en humus, luego de haber vuelto a hacer el drenaje con una cuidadosa limpieza de la maceta.
Es necesario ser generosos con el agua, pero sin excesos.
En el cultivo en maceta, regando mucho, se corre el riesgo de lavar el terreno, privándolo en breve de cada aporte nutritivo; y en plena tierra, especialmente si al plantarlo no se ha previsto bajo las raíces una gruesa capa de guijarros drenantes, es necesario prestar atención a los estancamientos, al acecho sobre todo en invierno con el levantamiento de la capa freática.
Estos ocasionan en poco tiempo marchitez y la proliferación de microscópicos hongos parásitos como la Phytophtora, principal causa de las llamadas “gomosis”, enfermedades en general sin salvación, por la cual la planta, con hojas amarillas y necrosis en la base del tronco, exuda una especie de goma.
Son inmunes a este flagelo sólo el Naranjo amargo (Citrus aurantium), común en todos los jardines de la Riviera, y el Limonero para cerco con sus híbridos.
Y es el motivo por el cual todas las otras especies de cítricos hoy son injertadas sistemáticamente sobre estas plantas.
Otro hongo, la Phoma tracheiphila, ataca sobre todo a los limoneros, provocando el “mal seco”, la obstrucción de los pequeños vasos linfáticos de la planta, con la rápida clorosis de los brotes; y es necesario erradicar desde el inicio con productos adecuados las invasiones de la araña roja (hojas amarillas con minúsculas arañitas sobre la parte inferior), de las cochinillas (minúsculos escudos blancos, negros, rojos o grises sobre las jóvenes ramas y sobre los frutos), y de los áfidos (hojas deformadas, enruladas, y cubiertas por manchas oleosas producidas por pequeños insectos verdes o amarronados).
EXPOSICIÓN E INVIERNO
Advertido que los naranjos son en general más rústicos que los limoneros, los cítricos vegetan, según la especie, entre los 12,5-13º C y los 33-35º C, y aman disfrutar, sobre todo en invierno, de los calientes rayos del sol.
En los climas mediterráneos se pueden en general tener a cielo abierto, en lugares reparados de los vientos, pero donde el termómetro desciende a menudo por debajo de los 7-8º C es necesario recurrir a los reparos.
Son suficientes breves heladas a -1 -2º C para perder los frutos; a -3º C caen las hojas; y a -8 -10º C los daños en los tejidos leñosos son irreversibles.
Por otra parte, aunque existen naranjos y limoneros de pequeña talla, fáciles de guarecer en casa, los cítricos no soportan la falta de sol y el calor seco de los departamentos modernos.
El Calamondín (Citrus mitis), es el que se adapta mejor, seguido por el Kumquat y por el Quinoto, pero aunque alegran las fiestas natalicias, con sus pequeños frutos que combinan con los arreglos de temporada, son a la larga unas pobres “plantas para perder”.
Hace tiempo, junto a las villas, existían los “limonares”, donde las grandes macetas que ornamentaban los atrios y el jardín, se guarecían más o menos bajo vidrio, en el período invernal.
En departamento, una ventana luminosa lejos de los calefactores es un paliativo por unas semanas al máximo.
Es necesaria una galería luminosa no calefaccionada, o un “invernadero frío” ubicado por ejemplo sobre un balconcito con pedazos de plástico sujetos por fuertes varas de madera.
No debe naturalmente faltar alguna abertura de aireación, y en los días más fríos puede ser útil un pequeño radiador a aceite con termostato, para impedir que de noche la temperatura descienda bajo los 3-4º C.
DIVERTIRSE CON LAS SEMILLAS
Basta una ventana bien expuesta, y todos luego de haber consumido un cítrico, pueden divertirse con las semillas.
Se eligen las más grandes, mejor si están en vía de germinación, con una característica “colita blanca”, y se entierran, 4-5 a la vez, en macetitas de 10-12 cm.
Regados regularmente, germinan luego de casi un mes, pero para evitar desilusiones, también si se vive en Riviera, es necesario conocer las “reglas del juego”.
De las semillas de Naranjas, Limones, Limones para cerco, Pomelos comunes, Mandarinas, Calamandines y Kumquat, nacen hijos análogos a los padres; pero sembrando el Pomelo botánico o los Cidros, se obtienen unos árboles degenerados, con frutos de mala calidad, de improviso, que a menudo no alcanzan ni siquiera a madurar.
Y esto en teoría, en el mejor de los casos, porque aquí, todos los cítricos nacidos de semilla, excepto el Naranjo Amargo y el Limonero para cerco, están destinados a morir, tarde o temprano, víctimas de la Phytophtora.
Es necesario por lo tanto limitarse a las dos especies citadas, sobre las cuales se podrán fácilmente injertar las variedades del corazón, experimentadas con éxito en terraza o en jardín.
Para el cultivo en plena tierra en suelos calcáreos, como en Riviera, es necesario usar el Naranjo amargo, que tolera un pH = 7-8; mientras en maceta o en suelos ácidos, es generalmente más conveniente el Limonero para cerco, que tolerando el hielo, desarrolla además la resistencia a la intemperie.
Cuando en abril-mayo, después de casi un año, las plantitas porta injerto superan el medio metro de altura y han alcanzado el diámetro de un lápiz, quien tiene la mano verde podrá entonces transformarse en cirujano, para efectuar unos “injertos a ojo”.
Es suficiente cortar la corteza con un tajo en “T”, 20-30 cm desde el nivel del suelo (50 cm para los árboles a cultivar en plena tierra), y levantarla hacia los lados.
Contemporáneamente se saca una yema con un trozo de corteza de la variedad seleccionada, y se la coloca en el tajo, uniendo firmemente la herida con rafia. La ligadura se remueve una vez que del injerto, ahora conseguido, surge una ramita verde de hojas; y al año siguiente, en primavera, será necesario cortar el tronco de la planta huésped justo sobre el injerto, para dirigir toda la linfa a la variedad privilegiada, que se desarrollará rápidamente varias ramas, a reducir en 3 en el cuarto año, privilegiando a las más vigorosas.
Además de alguna intervención estética sobre los brotes que salen de la forma ideal, los cítricos en maceta no tienen en general necesidad de grandes podas, pero es necesario sacar en el inicio los eventuales “chupones”, las ramas que la pobre planta huésped, obstinada y cansada de esforzarse por la otra, produce a menudo bajo el injerto.
Y quien en plena tierra apunta a los frutos, deberá también ralear las zonas muy densas de la copa, para dar luz a las “ramas de un año” sobre las cuales los cítricos fructifican.
SCIENZA & VITA NUOVA + GARDENIA – 1995