Las sorprendentes estrategias de la Pasionaria. En la corola se encuentra contenida la completa simbología de la Crucifixión: la corona de espinas, los clavos, los martillos y hasta las lanzas de los verdugos. Como se reproduce esta extraña planta. Historia y propiedades medicinales.
Texto © Giuseppe Mazza
Traducción en español de Viviana Spedaletti
Atraer a los pájaros en vuelo es un arte difícil, porque no siguen, como los insectos, vuelos instrumentales “a perfume” piloteados por las antenas.
Para una mariposa o una abeja es suficiente la fragancia de una molécula transportada por el viento, para individualizar a centenares de metros de distancia un prado o una corola; con los pájaros es diferente.
Su aterrizaje es “a vista”, y las flores para atraerlos deben ser vistosas y de gran tamaño. Manchas amarillas y rojas, bien visibles entre el verde de las hojas, y formas extrañas, comparables con insignias y marcas de fábrica, que prometen y memorizan sin confusiones pantagruélicas empachos de néctar, en proporción al insaciable apetito de los huéspedes.
Un esfuerzo considerable para especies de talla modesta, obligadas a menudo a gastar verdaderos tesoros de fantasía para convivir con compañeros pesados y voraces, de estómago sin fondo.
Además de los daños que los pájaros pueden acarrear aterrizando, existe siempre el peligro que, ebrios de néctar, se devoren entre una bebida y otra, como bocaditos de caviar, también los ovarios de la planta.
Para reducir este riesgo, a menudo las plantas los esconden con cuidado en el fondo de las corolas, donde son inferiores las probabilidades de terminar en ensalada, pero no falta quien, con destreza, adopta la estrategia opuesta.
Las pasionarias, caso raro en el mundo verde, es única entre las “flores para pájaros”, ponen en efecto el ovario bien a la vista sobre un largo pedúnculo, jugando, como los psicólogos de los supermercados, con la posición de la “mercadería” y el comportamiento de los huéspedes.
Confundidos por las formas insólitas, distraídos por las líneas que conducen lejos del ovario, hacia el néctar, y sobre todo estresados por el hecho de tener que tomar la comida en vuelo, por la falta de puntos de apoyo, éstos prácticamente ni siquiera lo notan, y la prole está a salvo.
Una técnica vencedora a juzgar por las otras 500 especies de pasionaria existentes, difundidas en casi todas las áreas tropicales y subtropicales del globo, con una evidente predilección por el nuevo mundo, donde los colibríes, como es sabido, son de la casa.
Flores de estructura compleja en las cuales el cáliz y la corola, parcialmente soldados, forman una copa llena de néctar, con entrada obstruida por una serie de “tentáculos” convergentes que indican el camino para alcanzarlo, pero impiden a los insectos hacerlo.
Porque servir al mismo tiempo a dos patrones, no sería ni serio ni productivo.
Por un lado la posición de las anteras, hechas para pincelar de polen la cabeza de los colibríes, no iría bien para las abejas, y además los dos “carteros” terminarían por pelear a muerte, sin contar con la protesta de las pobres “flores para insectos”, de golpe con poca mano de obra por la competencia desleal.
A despecho de la despiadada óptica evolutiva darwiniana, que ve sólo especies “desprejuiciadas”, siempre en lucha entre ellas, en la naturaleza existen infinitos ejemplos de fidelidad, colaboración y respeto a los más débiles; y los equilibrios de los ecosistemas son mucho más complejos de lo que se piensa.
La Passiflora vitifolia, por ejemplo, preocupada para que su colibrí de confianza no sea molestado por una avispa, la Trigona fulviventris, que además perfora por detrás la copa del néctar, y le roba el contenido sin siquiera rozar el polen, efectúa una compleja relación de tres, aliándose con un ejército de aguerridas hormigas, las Ectatomma tuberculatum.
Para atraerlas, distribuye a lo largo de los tallos millares de azúcares secretados por microscópicas glándulas nectaríferas, de modo que éstas estén siempre de ronda, vigilantes y listas para ahuyentar a los inoportunos.
Por otro lado la Passiflora foetida, una especie con flores de apenas 2 cm de diámetro, muy pequeñas para los colibríes, ha optado en cambio por las abejas, y fiel a estas últimas obstruye a las hormigas con una selva de pelos molestos, hechos para enredar inexorablemente a quien va a pie.
Para huir de los herbívoros muchas pasionarias han elaborado también sustancias tóxicas, utilizadas a su vez como defensa de los pocos insectos que llegan a digerirlas, y algunas especies crean justamente sobre los tallos falsos huevos de mariposa, para disuadir a estas últimas a depositarlos.
Las hembras de los lepidópteros saben muy bien que más de un cierto número de orugas la planta no puede alimentar, y que las primeras nacidas se comerán sus huevos, como bignè, entre una hoja y la otra.
Inteligencia vegetal o inteligencia del sistema?
Casualidad convergente o el espejo de una visión de conjunto que trasciende las solas especies? Difícil decirlo.
Si por un lado hoy los estudiosos no ríen más de estas hipótesis, por otro los teólogos se cuidan bien de abandonar sus senderos e incomodar a una pasionaria a prueba de la existencia de Dios.
Ciertamente eran otros tiempos cuando en una radiante primavera del 1610 Emmanuel de Villages, un fraile agostiniano proveniente del Perú se presentó, con una de estas flores entre las manos, ante el teólogo Giacomo Bosio, autor de un voluminoso tratado sobre la crucifixión de Cristo.
Impresionado por la insólita estructura de estas corolas, entre lo animal y lo vegetal, que ponen alas a la fantasía, el eminente estudioso no quería dar crédito a sus ojos. Los tres estigmas, los órganos femeninos para la recolección del polen, recordaban los tres clavos de la crucifixión, la columna con el ovario la esponja con vinagre ofrecida al redentor, los estambres los martillos, las hojas con cinco puntas las lanzas y las manos de los torturadores, la corona de filamentos la de espinas, los zarcillos los látigos de la flagelación, y los cinco pétalos, más los cinco sépalos petaloides, los diez apóstoles (faltaban Judas y Pedro) presentes en el suplicio.
No hay dudas, exclamó, este es la “Flos passionis»; y rápidamente la Passiflora incarnata (así fue bautizada la planta en cuestión un siglo después por Linnèo) se difundió en las cortes de Europa con otras especies espectaculares importadas de Sudamérica como la Passiflora caerulea y la Passiflora quadrangularis, de insólitos de sección cuadrada.
En honor a la esposa de Napoleón III, los jardineros de Compiègne crearon también en el ‘800 un híbrido de las dos: la Passiflora ‘Impératrice Eugénie’, y cada agricultor de fe, tenía una en el jardín, sobre la pared de la casa, o detrás de la ventana, en señal de devoción y protección.
Según la teoría de las señales, aún en boga en aquellos tiempos, el buen Dios, creando las plantas, había dejado algunas huellas para explicarnos para qué servían, y una flor que simboliza el martirio del Redentor, debía de algún modo apaciguar los dolores.
Se descubrió que compresas y tinturas sacadas de las hojas de la Passiflora incarnata mejoraban las irritaciones cutáneas y las quemaduras, mientras jarabes e infusiones calmaban los espasmos gastrointestinales.
Y hoy, en efecto, se ha descubierto, ya sea en las flores como en las hojas de esta especie, un particular alcaloide, la passiflorina, de propiedades sedantes, antiespasmódicas e hipnóticas, útil también en los estados de ansiedad y de neurosis cardíaca.
Plantas místicas, por lo tanto, plantas medicinales, plantas inteligentes, pero también plantas ornamentales y comestibles.
A nadie escapa el efecto decorativo de arcos y pérgolas florecidas sin descanso desde junio a octubre pero no todos saben que en los países cálidos las pasionarias son también cultivadas, a la manera de bananas y ananás, por sus frutos.
Conocidos como «granadille», ricos en vitamina A, B12 y C, se presentan como gruasas bayas redondeadas, ovoides o a forma de pera de 10-150 gramos y 3-8 cm de diámetro, según la especie. Tienen una pulpa gelatinosa, granulosa, muy perfumada, y pueden ser consumidos crudos, o recogidos verdes y cocidos como zapallitos (Passiflora quadrangularis), pero sirven sobre todo para aromatizar bebidas, desde cócteles de fruta exótica hasta tés saborizados, junto a los más tradicionales al jazmín y a la bergamota.
Bajo este aspecto la especie más interesante es, como lo sugiere el nombre, la Passiflora edulis.
Las pasionarias se propagan todas muy fácilmente por esqueje estival, y el cultivo es muy simple, ya sea en jardín o en maceta, a condición de que las mínimas no desciendan por mucho por debajo de los 7 °C.
Necesitan mucho sol, un sostén sobre el cual enredarse, y un terreno bien drenado, con abundantes riegos y fertilizantes adecuados en el período vegetativo.
La Passiflora quadrangularis, de increíbles corolas, de 10 cm, es la especie más friolenta, pero en galerías se mantiene en flor hasta Navidad, y si encuentra un polinizador y la temperatura adecuada, produce unos sabrosísimos frutos, largos hasta 20 cm.
NATURA OGGI – 1990
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