Los parientes ricos del Mirto. Los parientes exóticos de nuestro mirto. Grandes árboles y arbustos con flores como pompones, plumas y escobas. Frutos comestibles.
Texto © Giuseppe Mazza
Traducción en español de Gustavo Iglesias
Si, al dejar la costa, alcanzásemos un punto cualquier del interior de nuestra ribera durante un paseo por la maquia o la garriga, entre retamas, jaras, lentiscos y romero salvaje, con seguridad nos encontraríamos también el mirto (Myrtus communis).
En Mayo es fácilmente visible por sus pequeñas flores blancas con estambres dispuestos en pequeños penachos hemisféricos, que resaltan entre las coriáceas y brillantes hojas. En otoño, sus bayas azuladas y negras recuerdan, vagamente, a los arándanos.
Una planta amada por los poetas, venerada, en los viejos tiempos, por todos los pueblos del Mediterráneo, que apreciaban su discreta belleza, su aroma a mirra y sus propiedades medicinales.
Los griegos asociaron su origen a la historia de Myrsine, una espléndida dama de la Ática, asesinada por la envidia de un compañero derrotado en los juegos atléticos. Cuentan que la diosa Palas Atenea, para inmortalizar su gloria y su memoria, la transformó en un arbolillo que fue bautizado con su nombre.
Así que, del griego “Myrsinos” llegamos al latín “Myrtus”, empleado años después por Lineo en su nomenclatura científica.
De sus frutos, ricos en propiedades antisépticas y astringentes, los romanos obtenían licores y pociones; y con sus hojas, entrelazadas, celebraban la gloria de los vencedores y de los héroes.
Presente en todos los banquetes de boda y en el culto a Venus, el mirto se convirtió en el símbolo del amor feliz, el árbol propiciatorio para el hogar de las parejas recién desposadas, y se comenzó a plantar lejos de las costas, de modo que Virgilio, en sus Bucólicas, recomienda protegerlo con cariño de los rigores del invierno, “dum teneras defendo a frigore myrtos”.
La única mirtácea europea, esta especie no resiste, de hecho, el frío. Lo que es bastante comprensible, ya que los otros 3000 miembros de su familia son todos típicos de las zonas tropicales y subtropicales del mundo.
Su origen, muy antiguo, data de fines del Mesozoico, con dos grandes centros de difusión en Sudamérica y en Australia. Hoy en día contamos con un ciento de géneros vegetales distribuidos por América Central y del Sur, África, Australia, Indonesia y el Sudeste Asiático, desde la India a las Filipinas.
Son arbustos y pequeñas plantas, pero también imponentes ejemplares como los eucaliptos de los grandiosos bosques de Australia.
A primera vista parecería imposible ver una relación entre el mirto y árboles que alcanzan los 100 metros de altura, pero si observamos cuidadosamente las hojas vemos que, en ambos casos, están cubiertas de pequeños puntos translúcidos: las glándulas cargadas de aceites esenciales, una característica de esta familia.
La relación grupal es todavía más evidente en la estructura de la flor. Contrariamente a lo que muchos piensan, los eucaliptos son, de hecho, no solamente especies maderables o balsámicas, sino también magníficas plantas de flor.
En Australia del Sur podemos toparnos con árboles como el Eucalipto de Flor Escarlata (Eucalyptus ficifolia = Corymbia ficifolia), tan cargados de inflorescencias vistosas como para parecer inmensos ramos florales rojos o naranjas, y se nos puede agotar el aliento en frente de la belleza regular de las flores del Eucalyptus macrocarpa, tan grandes como rosas. En el Jardín Botánico de Adelaida, donde he fotografiado esta especie, tuve dificultades en creer lo que veían mis ojos: los típicos penachos de estambres del mirto se habían transformado en una corola de ocho centímetros de diámetro. En el centro, el diminuto estilo era difícilmente visible entre una nube de anteras.
En estas instancias podríamos pensar que la autofecundación no puede evitarse, pero no es el caso. De hecho, cuando la flor se abre y expulsa, como cubierta protectora, el típico opérculo de donde el género Eucalyptus recibe el nombre (del griego “eu” = “bien” y “kalyptos” = “cubierto”) y los estambres ya están produciendo polen, el pistilo no ha alcanzado todavía su madurez sexual y no puede recibirlo durante algunos días.
La fecundación sucede, por tanto, entre árboles diferentes, o, como mucho, entre diferentes flores del mismo árbol. Esto explica la increíble diferenciación de los eucaliptos, con más de 600 especies que han aparecido durante milenios de evolución.
Las flores blancas, amarillas o rojas pueden ser solitarias o estar agrupadas en inflorescencias, umbelas, panículas o corimbos. Cuando las estudiamos, enseguida podemos darnos cuenta de que la realidad supera a la imaginación, con increíbles variaciones sobre la misma estructura.
Empujado por este constante deseo de lo bello y lo diferente, el hombre ha intervenido después para crear híbridos espectaculares y también cultivares, como ha hecho con muchas otras especies botánicas.
Pero en los jardines australianos, cerca de los eucaliptos, crecen además muchos otros parientes extravagantes de los mirtos. Por ejemplo, las flores de los Callistemon (del griego “kalos” = “bonito” y “stemon” =”estambre”) aparentan ser limpiatubos y, de hecho, reciben el nombre local de “Bottle Brushes”, o sea, escobones, limpiadores de botellas. Pueden ser rojos o amarillos y su floración es muy duradera.
Análoga es la apariencia de la Melaleuca lateritia, con estambres anaranjados y hojas más pequeñas. En este género, que cuenta con 140 especies, la corola de cinco pétalos puede ser visible, como en la Melaleuca pulchella y la Melaleuca steedmanii = Melaleuca fulgens subsp. steedmanii, pero, más frecuentemente, los estambres forman una suerte de pompones parecidos a fuegos artificiales.
Algunas especies no temen el salitre, y crecen en lagunas y a la orilla del mar, con una apariencia semejante a los pinos de nuestra Riviera.
Debido a sus hojas como agujas y al aspecto de las ramas, también el Calothamnus lateralis (del griego “bello arbusto”) parecería casi una conífera. Sus flores rojas, formadas por grupos de estambres unidos por la base con filamentos parecidos a fajines, salen, uno encima del otro, como una lanza, en las ramas antiguas. Como solamente crecen por un lado, se les ha dado el nombre popular de “One Sided Bottle Brushes”.
Completamente desconocidas para los europeos, las Verticordia son, por el contrario, llamadas “Feather Flowers” (flores pluma) por los australianos. Esto se debe a sus corolas rojas, malva, amarillas o blancas, ricas y con formas parecidas a las plumas de un pájaro. Resisten largo tiempo como flores cortadas pero, desafortunadamente, debido a los saqueos indiscriminados del pasado, algunas especies se encuentran en estado de casi extinción.
A parte de sus flores extravagantes, las myrtaceae nos dan también especies muy valiosas por sus frutos comestibles.
La Feijoa sellowiana = Acca sellowiana de Sudamérica, descubierta hace casi un siglo por un francés e introducida como ornamental en la Costa Azul, produce grandes bayas verdes, de hasta seis centímetros de longitud, con una pulpa compacta y jugosa, de aroma de piña.
La Eugenia javanica = Syzygium samarangense de Indonesia ofrece a los mercados locales algunas sabrosas y exóticas “cerezas” y la Eugenia malaccensis = Syzygium malaccense, un árbol con el tronco de varios metros de altura, produce “manzanas” de pequeño tamaño, compactas y ácidas. Sus flores grandes de color rojo o violeta recuerdan, impactantemente, aquellas del mirto.
Pero la Eugenia más conocida es sin ninguna duda la Eugenia caryophyllata. Esa especie, de hasta 10 metros de altura, también es conocida (actualmente, en 2018, es el nombre aceptado) como Syzygium aromaticum, y produce los famosos “clavos” de especia.
No son los clavo , como muchos piensan, frutos, sino las yemas florales, secas. La “punta” está formada por el cáliz y la “cabeza” por el conjunto de sépalos y pétalos, todavía cerrados sobre los estambres y el pistilo.
Nativa de las Molucas, esta planta fue exitosamente introducida en las islas de Mauricio, Reunión, la Española y Martinica y, hoy en día, sus centros de producción se extienden por Asia, África y América.
Las flores, ricas en principios aromáticos y preciosos aceites etéreos, entre ellos el eugenol, además de útiles en la preparación de sabrosos platos y de famosos licores, como el Alchermes, tienen importantes usos medicinales en odontología y en la preparación de antisépticos y analgésicos.
SCIENZA & VITA NUOVA – 1986
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